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Capítulo ciento sesenta y cuatro

Me desperté con el sonido de murmullos suaves y el peso de un cuerpo cálido a mi lado.

Poco a poco, abrí los ojos, ajustándome al tenue resplandor del búnker subterráneo. El aroma de mis compañeros me rodeaba—el almizcle terroso de Elijah, el cedro fresco de Isaiah, el leve toque de lluvia fresca d...