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Capítulo quince

La habitación estaba en silencio, el peso de la presencia de la anciana presionándonos como una densa niebla. Sus ojos, agudos y sabios, parecían atravesarme mientras comenzaba a hablar de nuevo.

—Ven, siéntate —dijo, señalando el sofá.

Dudé, pero obedecí, acomodándome en una esquina del sofá. Mar...