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Sus palabras vibraron en mi cuerpo, en mi alma y en mi corazón.

«¡Puedes dejar de nadar Maritza ya estas en la orilla!»

—¿Qué has dicho? —pregunte mientras las lágrimas corrían por mis mejillas.

—Ya estas en el lugar correcto, sé que no soy él, pero tampoco es mi intención ocupar su lugar imitánd...