




02
El dÃa de la boda llegó.
Huir no pudo.
El momento que deseaba vivir cualquier mujer al lado del amor de su vida, su caso distaba de ser un "deseo", ocurrÃa.
Retuvo las lágrimas.
Sus temblorosas manos sostenÃan el ramo de flores cuidadosamente elegidas, su vestido blanco de encaje caÃa en suaves pliegues que acariciaban el suelo, reflejando la luz de la ceremonia con un brillo casi etéreo. Se vio a sà misma en los ojos de todos los presentes, un panorama lleno de sonrisas falsas.
Alexander emanaba en sus grisáceos ojos solo desprecio hacia su futura esposa. Pero una parte de él la contempló , admirando el delicado bordado que adornaba su escote y las mangas de tul que le daban un aire de inocencia, pero eso no apartaba de su corazón, el aborrecimiento que surgÃa hacia ella.
Lo que hacÃa que el palpitante corazón de la joven intentara encontrar la calma en medio de la tempestad de aquellos orbes.
De no ser por el pensamiento que le que recordaba que su medio hermano estarÃa bien si se casaba, que no estaba siendo una decepción para su padre, se habrÃa detenido y llorado. Pero el recordatorio la mantenÃa en equilibrio y evitaba en derrumbe fÃsico.
Emocionalmente sentÃa el colapso.
Asfixiaba estar asÃ.
Y eso le rompÃa el corazón.
A pesar de que no estarÃa bien viviendo bajo el mismo de techo que su madrastra quién durante todos esos años la habÃa maltratado, desconocÃa poder estar a salvo con su futuro marido.
A sus veintidós años, estaba atada a una vida que no quiso, presentÃa que serÃa un infierno.
Lo confirmó cuando Marcos la entregó finalmente a Alexander, el hombre ni siquiera sostuvo su mano. Se vio obligada a mantenerse segura, "llena de felicidad", nada fácil.
Y, cuando llegó el momento de expresar los votos, la falsedad reinó con ahÃnco.
—Yo, Alexander Whitmore, te prometo a ti, Lauren Green, ser tu compañero y mejor amigo. Te elijo hoy y siempre, en los dÃas de sol y en las tormentas de la vida. Te ofreceré mi amor, mi apoyo y mi respeto, y juntos construiremos un futuro lleno de felicidad y comprensión. Te amaré todos los dÃas de mi vida.
Después de su farsa declaracion, solo creÃble para los presentes, deslizó el anillo en su dedo anular, ocasionando que hubiera un toque en sus pieles.
Fue extraño, pero sintió insectos alados en su estómago y un ardor que se desplazó por cada parte de su ser.
¡Estaba perdiendo la cabeza! No podÃa sentirse asà por un extraño.
Cuando fue su turno, buscó con la mirada a su madrastra. Margaret al lado de Marcos, el pequeño Jack era el único que le sonreÃa. Tan inocente que no sabÃa lo que ocurrÃa en realidad.
De pronto se cruzó en su campo aquel hombre, Damián, el tÃo de Alexander. Este solo dio un asentimiento de cabeza.
Llenó de aire sus pulmones y se dirigió al novio. Ese hombre tenÃa una mirada tan desértica al mismo tiempo frÃa y vacÃa. La dureza de su expresión le aterraba.
—Yo... Lauren Green, te quiero a ti, Alexander Whitmore, como esposo y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y asà amarte y respetarte todos los dÃas de mi vida.
Luego de eso le puso el anillo. Una sonrisa obligada se dibujó en su boca, solo fingÃa, a regañadientes.
—Los declaró marido y mujer, puede besar a la novia —finalizó quién oficiaba la boda.
En medio de los aplausos el hombre se inclinó dejando un sutil beso en sus labios, suficiente para desestabilizar su mente y cuerpo.
—Sé que te has casado por dinero, eso te convierte en una cualquiera, y ¿sabes lo que odio? A la gente que solo quiere un estatus a costa de los demás —apuntó dejándola con el corazón en un puño, atemorizada.
Ese hombre, ¿cómo podÃa decir eso? Ella ni siquiera quiso ese matrimonio, solo no tuvo opción, aunque en el fondo, gracias a la unión marital, el pequeño Jack no le faltarÃa nada, porque tristemente por su cuenta Margaret no moverÃa un solo dedo para darle una vida plena al niño.
Cuando se alejó, esbozó una sonrisa que no alcanzó sus ojos grisáceos, aquel gesto mentiroso dictaminó que su futuro, no serÃa nada fácil, que estaba frente a su propio infierno, sin embargo se sintió atraÃda a ese fuego que emanaba aquel impacable trajeado.