




3
Desperté encadenado contra la pared de una celda con cadenas de plata alrededor de mis muñecas, con solo suficiente holgura para acostarme en el suelo y descansar. Cada movimiento era agonizante mientras la plata cortaba mi piel. Enyo fue forzada a los rincones de mi mente mientras luchaba contra los efectos del metal tóxico. Mis ojos se ajustaron a la habitación húmeda mientras el olor a óxido y moho invadÃa mis senos nasales. Busqué a Nox, pero mi celda estaba tapiada excepto por la gran puerta de madera con una pequeña ventana enrejada con plata. La celda estaba vacÃa excepto por un taburete justo fuera de mi alcance. Mi brazo derecho, marcado por quemaduras, estaba a la vista, la oscuridad ocultando su gravedad. Empecé a mirar mi piel cubierta de sangre y suciedad en busca de nuevas cicatrices. Marcas de mordeduras y arañazos salpicaban las partes visibles de mi cuerpo en varios lugares, pero nada que amenazara mi vida. La sangre habÃa dejado de fluir, pero mi proceso de curación se habÃa ralentizado debido a la plata. Miré mi ropa mientras arrugaba la nariz por el olor penetrante, finalmente dándome cuenta de que alguien me habÃa vestido con harapos sucios y raÃdos.
—¿Quién diablos me vistió? Esta manada está llena de pervertidos— grité mientras apoyaba la cabeza contra la pared pegajosa.
Esperé un rato antes de gritar obscenidades para obtener una reacción, pero fue en vano. Asà que pensé por un momento en elegir cuidadosamente mis siguientes palabras.
—Tu Alfa es un cobarde despreciable—plata para capturar lobos. Qué patético— grité con una sonrisa.
Mi puerta se abrió de golpe en menos de un minuto, y un guardia entró corriendo.
—No lo vas a faltar al respeto, chucho inútil— exigió mientras se acercaba a mà y me daba una fuerte bofetada.
Antes de que pudiera retroceder, torcà mis piernas alrededor de su torso y lo acerqué aún más. Usé la holgura de mis cadenas para enrollar la plata alrededor de su cuello mientras me inclinaba hacia su oÃdo. Gritó de dolor, mi canción favorita.
—No me vas a faltar al respeto. Ahora dime, ¿quién me tocó?— exigà mientras apretaba más las cadenas.
Él respondió solo con gritos.
—Hay unos treinta segundos antes de que llegue ayuda, pero para entonces te habré roto el cuello. Dime mi respuesta y pensaré en soltarte— lo incité.
—Una guerrera... ella te cambió— logró decir mientras su cuello enrojecido comenzaba a ampollarse.
Le rompà el cuello tan pronto como la respuesta salió de sus labios, dejando caer su cuerpo al suelo.
—Realmente lo pensé— dije con una sonrisa, preparándome para sus refuerzos.
Dos guardias más entraron corriendo en mi celda y miraron a su camarada caÃdo a mis pies.
—¿CreerÃan que esto fue un accidente?— pregunté mientras miraba su cuerpo.
Se lanzaron hacia mà al mismo tiempo. Pateé al primero en la mandÃbula tan pronto como estuvo lo suficientemente cerca, derribándolo contra el otro.
—SÃ, yo tampoco lo creerÃa— dije con una risa.
Se necesitaron seis guardias más y tres bolsas para cadáveres adicionales antes de que me sometieran. Ahora, mis piernas tienen accesorios de plata que combinan con mis brazos. Escupà sangre en la esquina cuando mi puerta se abrió. El hombre de cabello rubio sucio de antes entró en la habitación y observó la sangre que decoraba mi celda.
—Si hubiera sabido que tendrÃa visitas, habrÃa ordenado un poco más— dije con una sonrisa.
Él rodó los ojos y se sentó en el taburete frente a mÃ. Movimiento inteligente.
—¿Por qué estabas invadiendo tierras de la manada, Rouge?— exigió con severidad.
—No lo hice— respondÃ, mirando sus ojos verde bosque.
—Tú y tu amigo serán ejecutados por invadir, chucho— amenazó.
—DeberÃa haberte matado a ti y a tu amigo cuando tuve la oportunidad— dije oscuramente.
Él gruñó bajo mientras sus ojos comenzaban a brillar.
—¿Por qué estabas en territorio de Night Fang?— preguntó de nuevo.
—No estaba. Los terrenos neutrales se supone que son... neutrales— respondÃ.
—La manada Night Fang protege esa tierra junto al rÃo y el área circundante.
—¿PodrÃa sugerir tal vez un cartel para indicar eso? ¿Cómo se supone que uno sepa que alguna manada se volvió codiciosa y tomó terrenos neutrales? Sus fronteras ni siquiera se extienden tan lejos.
—¿Quién te envió?
—¿Perdón?
—Mataste a más de ochenta guerreros de la manada y cuatro guardias, e hiriste a más de sesenta guerreros. Asà que pregunto de nuevo, ¿quién te envió?
—Esas muertes son tu culpa. Solo desearÃa que hubiéramos conseguido más.
—¿Qué demonios acabas de decir?
—Te perdoné... ¿compañera, supongo? Y nos pagaste con guerreros. Los enviaste a su muerte. Eso está en tus manos. Si hubiera sabido que esta serÃa la consecuencia de mi misericordia, habrÃa cerrado mis mandÃbulas mientras mirabas. MerecÃas verla desangrarse entre mis dientes mientras su cuello se desmoronaba— dije con rabia.
Se levantó de inmediato y me golpeó en el estómago con toda la fuerza que pudo reunir. Luego, me agarró por el cuello mientras su lobo se mostraba en sus ojos. Gruñó en mi cara mientras sus colmillos comenzaban a extenderse. Mis ojos nunca vacilaron.
—Nolan— llamó una voz profunda.
El rubio gruñó una vez más en mi cara mientras apretaba su agarre, las venas sobresaliendo de sus brazos.
—Beta, no me hagas repetirlo— exigió la voz.
—Tienes suerte, perra— gruñó.
Me acerqué más a él.
—La próxima vez, no la tendrás— subrayé.
Él golpeó mi cabeza contra los ladrillos antes de salir furioso. Tosà mientras la parte trasera de mi cabeza comenzaba a sentirse caliente. Miré hacia la puerta cuando el hombre desconocido se agachó para entrar en la celda. Lo primero que vi fueron sus cabellos castaños, sombreando su rostro. Su marco musculoso ocupaba la mayor parte de la pequeña celda, dejándome claustrofóbico. VestÃa todo de negro con solo destellos de piel caramelo asomándose tentadoramente. Lentamente, un aroma embriagador se filtró en la habitación, superando el aroma de sangre vieja y suciedad. El olor a cuero fresco, sándalo y vainilla cosquilleó mis sentidos, casi mareándome.
—Mierda— susurré.