




3
Jadeé, arqueando mi espalda mientras otra poderosa ola de calor me recorrÃa. Él gruñó, aún oculto detrás del grueso tronco de uno de los árboles circundantes.
—¿Quién... quién eres? —jadeé, luchando incluso por respirar.
Silencio.
Coloqué mis manos sobre mis rodillas, soltando un fuerte ronroneo. Mi cuerpo lo llamaba, obligándolo a venir hacia mÃ. Exhalé un aroma aún más fuerte, tan dulce como la fragancia de las rosas rojas.
Él gruñó, el sonido se mezclaba con un gemido bajo.
Y entonces salió de detrás del árbol.
Su aroma me golpeó más fuerte esta vez. Era un alfa. Y no cualquier alfa—uno poderoso.
Como si mi loba lo aprobara, mi núcleo palpitó y mi ropa interior se empapó.
Dejé que mi mirada recorriera su cuerpo, observando sus pies descalzos, piernas largas y tonificadas cubiertas por unos jeans desgastados que se adherÃan a sus músculos mientras se movÃa con pasos silenciosos y depredadores. Llevaba una camisa de lino blanca que se ajustaba a su pecho esculpido y brazos fuertes y definidos. Sus manos eran firmes y poderosas, con venas que trazaban sus muñecas y antebrazos.
—DeberÃa preguntar, ¿quién eres tú? —siseó. Su voz firme, fuerte y autoritaria me hizo estremecer.
Miré hacia arriba.
Él era... impresionante.
La tenue luz de la luna resaltaba las ondas rebeldes de su cabello castaño claro, enmarcando un rostro de lÃneas afiladas, una mandÃbula fuerte y piel ligeramente bronceada salpicada de pecas casi imperceptibles. Sus ojos, un azul profundo en los bordes con gris tormentoso en el centro, fusionaban los colores en una mirada intensa y penetrante.
Cejas gruesas y bien formadas. Nariz recta. Y una boca tan perfectamente formada que era casi pecaminosa. La barba crecida a lo largo de su mandÃbula y alrededor de sus labios solo lo hacÃa más irresistiblemente sexy.
Era alto, mucho más alto y corpulento que yo, irradiando pura potencia. Y su aroma... Dios, era divino.
Mi ser interior palpitó aún más fuerte, respondiendo instintivamente a la presencia dominante de este poderoso alfa. Dejé que mi mochila se deslizara de mis brazos y cayera al suelo.
Él inhaló profundamente, ensanchando sus fosas nasales.
—¿Qué haces en mi territorio? —gruñó, como si luchara por mantener el control.
Mis rodillas cedieron y me desplomé nuevamente en el suelo, aplastando las hojas bajo mi peso.
—¿Tu... tu territorio? —jadeé, pasando mi lengua sobre mis labios secos. Su mirada afilada siguió el movimiento.
Sus pupilas se expandieron, mezclándose con el tono plateado de sus ojos.
Dio un paso más cerca, como si su cuerpo fuera atraÃdo hacia mà contra su voluntad.
—¿Quién eres? —rugió, repitiendo la pregunta con tanta fuerza que su voz reverberó en mis huesos.
Una ola de deseo tan intensa surgió dentro de mà que no pude controlarla. Solté un aullido bajo y dolorido. El alfa respondió, acercándose más.
Me estaba muriendo. Esa tenÃa que ser la explicación de lo que estaba sintiendo. Cada fibra, cada hueso, cada músculo de mi cuerpo palpitaba.
—¿Quién eres?— espeté entre dientes apretados, incapaz de pensar en algo más coherente para preguntar.
Mi cuerpo liberó un aroma tan intenso que el suyo se desvaneció en comparación, saturando el aire, dominándolo como si perteneciera al bosque mismo.
En un abrir y cerrar de ojos, moviéndose tan rápido que apenas pude registrarlo, se arrodilló ante mÃ.
—Fenrir— gruñó.
Levanté mi rostro sudoroso, mechones de cabello pegados a la piel de mi frente y cuello. Nuestros ojos se encontraron.
Y en ese momento, pude sentir—no solo que me estaba mirando—sino que veÃa todo lo que yo era.
Fenrir extendió su brazo, rozando sus yemas contra mi cara. Su piel estaba cálida, febril como la mÃa. Su mano temblaba, músculos tensos como si estuviera haciendo el mayor esfuerzo del mundo para contenerse.
—¿Cuál es tu nombre?— preguntó, su voz baja y ronca.
Tragué para humedecer mi garganta seca.
—Savannah— respondÃ, parpadeando lentamente. —Me llamo Savannah.
Tomó una profunda respiración, ensanchando sus fosas nasales mientras absorbÃa mi aroma, tratando de determinar mi manada y especie.
—¿Qué hace una omega en celo perdida en medio de mi territorio?— inquirió, inclinando ligeramente la cabeza hacia un lado.
Lo miré, perdiéndome en los colores arremolinados de sus ojos profundos y penetrantes.
Me quedé en silencio, sin saber cómo explicar que era una fugitiva perseguida por mi ex prometido psicópata y considerada una traidora a mi manada por haber huido sin el consentimiento del alfa.
Exhalé, inhalando el aroma a pino fresco y tierra húmeda. Mis pupilas se dilataron cuando otra ola de calor me golpeó, y me lancé hacia adelante, chocando contra él.
Apreté los dientes con fuerza y dejé de respirar.
Era fuerte, duro como una piedra. Y... tan cálido. Maldita sea, abrasador como un horno.
Un gemido escapó de mi garganta.
Fenrir gruñó, agarrando el pelo en la nuca y forzando mi cabeza hacia atrás. Sus ojos brillaban con un intenso dorado.
—No sé qué demonios eres, pero no puedo controlarme— gruñó.
Y entonces presionó su boca contra la mÃa. No fue romántico, delicado ni bonito. Fue primitivo, desesperado, crudo.
Separó mis labios, su lengua encontrándose con la mÃa. Le devolvà el beso, aferrándome a él con todas mis fuerzas.
Hunter habÃa sido mi primer y único hombre. Siempre fue romántico conmigo, aunque hacÃa tiempo que me habÃa dado cuenta de que todo era una actuación, la mayor de las farsas.
No tenÃa idea de si me sentÃa mejor con Fenrir, un alfa que ni siquiera conocÃa, que con mi prometido, porque estaba abrumada por el calor.
Su lengua se deslizaba por mi boca mientras su mano permanecÃa firme en mi cabello. Apreté sus duros hombros, clavando mis uñas en él mientras me levantaba sobre mis rodillas, acercándonos más.
Mi cuerpo se sentÃa al borde de la combustión espontánea.
El contacto no era suficiente. Necesitaba más. Mucho más.
Pasé mis dedos por los músculos de su espalda, saboreando la textura rÃgida de su piel, probándolo.
Rompió el beso, deslizando sus labios por mi cuello, dejando besos húmedos. Sentà las puntas de sus colmillos contra mi vena palpitante—un ligero arrastre, una leve raspadura.
Mi lobo se agitó, ansioso por esto, por su marca, como si fuera lo correcto.
—Fenrir—su nombre salió de mis labios como un gemido, un susurro suplicante.
Gruñó de nuevo, empujándome hacia el suelo, acostándome de espaldas y cubriendo mi cuerpo con el suyo. Sus ojos dorados brillaban, su lado lobo completamente en control.
Estábamos sucumbiendo a nuestra naturaleza. Yo era una omega en celo, y él era un alfa listo para satisfacerme. Esto no era humano, ni romántico. Era salvaje, puramente primitivo.
Agarró los lados de mi suéter de lana y tiró, rasgándolo y desechándolo de mi cuerpo. Estaba tan acalorada que el aire frÃo apenas tocó mi piel expuesta.
Me miró, analizando el sujetador de encaje rojo que cubrÃa mis pequeños y redondos senos. Extendiendo una garra, cortó la tela con un movimiento suave.
Su mirada se oscureció, fija en las puntas rosadas y endurecidas de mis senos. Mi piel se erizó con escalofrÃos.
DeberÃa haberme sentido avergonzada, desnuda frente a un hombre que no conocÃa. Pero no lo hice.
Me sentà deseada. Verdaderamente deseada. No como la forma en que Hunter solÃa mirarme, sino de una manera diferente, más intensa, más profunda.
Fenrir bajó sus labios, tomando un pezón en su boca, sosteniéndolo ligeramente entre sus dientes. Jadeé, arqueándome del suelo.
Agarré su cabello, pasando mis dedos por las suaves hebras. Succionó fuerte en la cima, arrastrando su lengua áspera alrededor de la areola.
Un gruñido retumbó en mi pecho. Él respondió con un rugido áspero, enviando escalofrÃos por todo mi cuerpo.
Mis bragas empapadas se pegaban a mi piel, rozando contra mi clÃtoris hinchado.
—Más—jadeé, rogando ser tomada.
Enganchó sus dedos en la pretina de mis jeans y tiró con fuerza, arrancando el botón y la cremallera. Presioné mis pies contra el suelo, levantando mis caderas mientras él bajaba la tela por mis muslos, llevándose mis bragas y dejándome completamente expuesta.
Las ramas y hojas en el suelo del bosque pinchaban y arañaban mi piel desnuda.
Me senté, deslizando mis manos hacia la camisa de lino que él llevaba y desgarrándola sin control. La tela colgaba de sus hombros, dejando su torso definido expuesto. Admiré su piel bronceada y los músculos esculpidos que se extendÃan hasta su abdomen. Un ligero rastro de vello dorado y marrón adornaba el centro de su pecho.
Mi mirada descendió, notando el bulto que se tensaba contra la tela ajustada de sus pantalones.
Coloqué mi palma sobre él, deslizando mi mano y sintiendo sus músculos tensarse bajo mi toque.
Me lamà los labios, levantando la barbilla. Él me miró sin parpadear, su pecho subiendo y bajando rápidamente con su respiración pesada.
Un gemido escapó de mÃ.
Eso fue todo lo que necesitó para agarrarme con fuerza y besarme de nuevo.
Reuniendo un valor que no sabÃa que tenÃa, deslicé mis dedos, desabrochando el botón de sus jeans y bajando la cremallera.
No me detuvo, ni siquiera dudó ante mi toque. Cuando mis dedos rozaron la longitud dura bajo sus calzoncillos, gimió contra mi boca.
Jadeé, tocándolo a través de la tela.
Parpadeando, mi cuerpo respondió instintivamente a él. Otra ola de calor abrasador me envolvió, tan intensa que pensé que podrÃa romperme.
Fenrir se movió demasiado rápido para que pudiera seguirlo. Me giró sobre mi estómago, presionando mi cuerpo contra su marco duro y definido. Sus labios presionaron contra mi cuello, sus colmillos rozando la piel delicada.
—Por favor... —susurré, mi voz apenas audible mientras se desvanecÃa en el viento.
Levantándose sobre sus rodillas, bajó sus pantalones, liberando su erección. Mirando por encima de mi hombro, no pude evitar admirar la larga y gruesa longitud, con venas pulsando a lo largo de su superficie.
Él levantó la mirada para encontrarse con la mÃa, su cabeza ligeramente inclinada. No parecÃa humano—nada en él era natural. Fenrir estaba completamente consumido por sus instintos animales. Sus ojos dorados brillaban, y cada movimiento que hacÃa era preciso, primitivo.
Abrió mis muslos, recorriendo con sus dedos mi humedad, deslizándolos sobre mi hendidura. Emitió un sonido que era más parecido a un aullido, retirando su mano y llevándola a su rostro. Inhaló profundamente, sus fosas nasales ensanchándose mientras saboreaba el aroma de mi excitación. Luego llevó sus dedos a sus labios, lamiéndolos, probándome.