




Capítulo 3
Alcanzo un par de jeans, unas sandalias bajas y una camiseta amarilla, con el logo de la paz en color blanco pintado en el centro, y me visto con rapidez. Me recojo el cabello en una coleta alta y regreso con Mare.
—Tienes que ir, Eve —enuncia cuando me acerco. Sostiene algo en su mano.
—¿Ir a dónde? —Junto mis cejas y me acerco a mirar lo que está viendo.
—A la exposición de Samuel Brown, estás invitada. No, mejor dicho, eres una de las diez privilegiadas que podrá asistir a la inauguración de su exposición.
—¡Umm, sí! —murmuro sin darle importancia. La invitación me llegó a la galería hace semanas. Kerstin, mi asistente, me trae la correspondencia los viernes y me pone al día de todo. Es quien ha mantenido a flote mi galería. He estado alejada del mundo del arte desde el accidente, ya no me apasiona, mi inspiración se fue cuando perdí la mitad de mi vida.
— Yo digo que debes ir, no pierdes nada haciéndolo.
Después que Mare se va, veo la invitación de la exposición de Samuel Brown y decido ir, como ella dijo, no pierdo nada asistiendo. Además, Brown es un gran artista, es un privilegio ser de las primeras en asistir a una de sus exposiciones. No sé por qué fui elegida, tal vez fue cosa de Mare, ella es capaz de hacer lo que sea para que salga de mi «escondite». Organizó varias citas que fueron un gran desperdicio de tiempo, ninguno de esos hombres tenía alguna oportunidad conmigo, solo fui para establecer un punto y ella pareció entender que no existe nadie para mí fuera de Jake, él fue y será mi único gran amor.
Me pongo un vestido estilo pin up rojo que combino con bailarinas negras. Me aplico un poco de maquillaje y mantengo el pelo suelto. Nunca lo había llevado tan corto. Me toco las puntas con los dedos y me pregunto si a Jake le hubiera gustado, pero aparto rápidamente ese pensamiento y abandono la habitación. Tengo que irme antes de que pierda el deseo de salir.
Viajo en un taxi hasta la galería de arte Ruckblick[1] ubicada en una de las zonas más exclusivas de Hamburgo. No esperaba menos de Brown, él no escatima en costos cuando de exponer su arte se trata. Transito un corto trayecto desde la calle hasta la entrada de la galería sin necesidad de ponerme el abrigo. El otoño ha iniciado y la temperatura ha comenzado a descender, pero el frío aún es soportable, más tarde, quizás la historia sea otra.
En la puerta, se encuentra un portero que viste un esmoquin, me pregunta mi nombre y me da acceso al vestíbulo una vez que comprueba que aparezco en la lista. Al entrar, hago un recorrido visual del salón y me doy cuenta de que soy la primera en llegar. Pensé que estaba sobre la hora. De fondo, se escucha la novena sinfonía de Ludwing Van Beethoven. Una gran elección. Amo su música, me hizo compañía muchas veces mientras pintaba.
Un mesonero, vestido también de etiqueta, se acerca a mí y me ofrece una copa de champán, que acepto de buena gana. No soy muy dada a beber, pero sé apreciar una buena copa de Dom Pérignon cuando la veo. Le robé varias a mi padre de su reserva privada y las bebía con mis amigas de instituto las tantas veces que dormí fuera de casa. A los señores Decker no les importaba dónde pasara la noche, mientras no hiciera ningún escándalo, todo estaba bien.
Estoy disfrutando mi champán con el mayor de los gustos cuando veo a un hombre alto, de cabello castaño claro y porte elegante entrando al vestíbulo. Su mirada se pasea en derredor y se detiene en mí cuando me ve. Me observa con apreciación, de arriba abajo, y luego me sonríe llevando su atractivo al siguiente nivel. Siento un espasmo en el estómago y mi pulso se acelera. Es un hombre guapísimo, mentiría si dijera que no ha llamado mi atención. Pero que lo haga me produce un enorme sentimiento de culpa. Amo a Jake, sentirme atraída por ese desconocido es similar a traicionarlo.
Sin regresarle el gesto, dejo de mirarle y termino el champán en un trago. Desearía beber otro poco, me siento algo abrumada. No había tenido ojos para nadie desde que conocí a Jake y, sin duda, ese hombre ha movido el piso bajo mis pies.
Con el rabillo del ojo, noto que está viniendo en mi dirección y me pongo más nerviosa. No esperaba que se acercara, contaba con que mantuviera la distancia. Me equivoqué.
—Veo que somos los primeros en llegar —pronuncia deteniéndose frente a mí. Mantengo la mirada baja siendo esquiva a propósito. Espero que entienda el mensaje y se aleje. Noto que ha hablado en perfecto alemán, pero tiene un marcado acento italiano—. Soy Nathan Müller, es un placer conocerla. —Extiende la mano hacia mí, esperando que se la estreche como saludo, pero no acostumbro a mantener contacto con desconocidos y solo murmuro mi nombre—. Discúlpeme si la he importunado —dice entendiendo que no tengo interés en hablar con él. Y de la misma forma que vino, se va, dándome oportunidad de recuperar el aliento. No podía respirar teniéndolo tan cerca.
Aparto la mirada y tomo una bocanada de aire. Ver esa imagen me trasladó a la noche que regresé a mi apartamento y subí a la azotea del edificio. Estuve ahí muchas veces con Jake, pero nunca me acercaba al borde porque sufro de vértigo. Sin embargo, esa noche me subí a la cornisa con la intención de darle fin a mi vida, no quería sentir más, no soportaba tanto dolor, no quería seguir viviendo sin él a mi lado. Y esa no fue la primera vez que había sentido ese impulso.
Jake estaría decepcionado de mí si supiera que he pensado en quitarme la vida.
Abrumada por los recuerdos que aquella pintura trajo a la superficie, decido abandonar la exposición. No puedo continuar, quiero irme. Salgo y avanzo con rapidez por el pasillo con destino a la salida. Cruzo a la derecha, siguiendo las indicaciones que me dio Nicole, y tropiezo contra alguien. El impacto me empuja ligeramente atrás, pero logro mantener el equilibrio.
—Lo siento. —Me disculpo con voz temblorosa y descubro, al alzar la vista, que he chocado con Nathan Müller. Quedo eclipsada por sus impresionantes ojos verdes, que me miran con intensidad abrumadora. Me ve como si quisiera penetrar mis pensamientos, como si deseara descubrir quién soy y conocer todos mis secretos.
—¿Estás bien? —pregunta con aparente interés, mas no estoy en condiciones de hablar con nadie.
Sin contestarle, retrocedo para continuar mi camino hacia la salida, pero trastabillo con torpeza y él me sujeta de la muñeca evitando que me caiga. Su agarre es firme y a la vez cauteloso, discreto y también poderoso, porque tan inocente como es que sus dedos estén envueltos en mi muñeca, está causando un cosquilleo que se esparce al resto de mi cuerpo.
Lo escucho pronunciar mi nombre con voz ronca. Lo miro y se forman nudos en mi estómago. No sé qué tienen sus ojos que logran alterarme con tanta facilidad. Nerviosa, desvío mi mirada y me prendo de sus labios rosados, asimétricos y de apariencia suaves. El deseo de besarlo surge de manera tan repentina que me deja atónita. No me había pasado nada así desde… desde Jake.
¿Qué es lo que sucede conmigo? Lloraba por él en la mañana y ahora estoy aquí deseando besar a un completo desconocido con el que apenas he cruzado un par de palabras.
Me libero de su agarre y reinicio mi huida, escapando de él y de lo que no debería estar sintiendo.
—¡Evelyn, espera! —pide siguiéndome, pero no me detengo, no puedo, me aterra enfrentarlo, me asusta lo que su presencia le ha causado a mis emociones.
—¡No me siga! —Le advierto sin dejar que las punzadas de dolor en mi pierna me detengan. Necesito alejarme de él.
Los pasos de Müller dejan de escucharse cuando estoy frente a la puerta, la empujo y salgo. El frío se filtra en mi piel con rapidez y traspasa mis huesos, la temperatura ha descendido varios grados desde que llegué. El cielo está cubierto de nubes, haciendo de la noche más oscura. Tal vez comience a llover en cualquier momento.
Es poético.
Estar en medio de la penumbra es como darle un vistazo a mi interior.
Una vez más, oigo mi nombre en la voz de Nathan Müller y me recorre un escalofrío.
¡Me ha seguido! Pensé que había desistido. ¿Por qué no me deja en paz?
—Está bien, puedes parar, no te seguiré más —promete cuando comienzo a correr. Su voz parece lejana, sin embargo, no compruebo a qué distancia se encuentra, sigo avanzando hasta asegurarme de haberme alejado lo suficiente. Mi respiración es inestable, cada exhalación es visible en el aire. Está haciendo mucho frío.
Me pongo mi abrigo y lamento no haber traído guantes. Froto mis manos para hacerlas entrar en calor antes de llamar a la línea de taxis. El operador me asegura que en cinco minutos vendrán por mí; guardo el teléfono tras colgar la llamada.
—¿Es en serio? —reniego cuando me cae una gota en la cara, ojalá que no comience a llover o terminaré empapada.
Agudizo la mirada cuando unos faros iluminan la calle, espero que sea el taxi que viene a recogerme, no han pasado más que unos minutos, pero es posible que hubiera un vehículo cerca y llegara antes.
No, no es mi taxi. Es un Lamborghini negro, conducido por el hombre que no desiste con su persecución, lo descubro cuando se detiene frente a mí.
Mi corazón se acelera súbitamente y se me forma un nudo en la garganta.
—Sube, Evelyn. Vas a enfermarte —dice en un tono imperativo que no me gusta nada. He tenido demasiados hombres autoritarios en mi vida y nunca fui de seguir órdenes, mucho menos de alguien que apenas conozco.
—Ya he pedido un taxi, no necesito que me lleve —contesto arisca, desviando la mirada hacia la calle. Prefiero pillar un resfriado antes que irme con él.
—No necesitas un taxi, estarás más segura conmigo. No seas testaruda —insiste decidido, pero estoy muy lejos de aceptar.
Hablando de testarudez...
Hui de él dos veces, le pedí que no me siguiera y vuelve pidiéndome que me suba a su auto.
Finjo que no lo he escuchado y camino en la dirección opuesta, rogando que el taxi no demore mucho más en llegar.
Mi oración no tarda en ser contestada. Me apresuro a subirme en el auto cuando el chofer lo detiene detrás del ostentoso vehículo de Müller. Le digo a donde voy el taxista no demora en poner el auto en marcha, ayudándome a escapar una vez más de él.
[1] Retrospectiva.