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Capítulo 2

Volví a soñar con Jake, se sintió tan real que pensé que lo era, pero él no está, se ha ido. Han pasado dos años desde que lo perdí y aún no acepto su ausencia. Me duele el corazón cada vez que lo pienso, cada vez que despierto y no lo veo a mi lado. Es difícil estar aquí, donde vivimos tantas cosas juntos, sin embargo, este es el único lugar en el que me siento cerca de él.

Viví en casa de mi hermano Simon y su esposa America mientras me recuperaba del accidente, y luego regresé aquí, al lugar que convertimos en un hogar. Fue doloroso volver sin él, no podía dormir imaginando que entraría a la habitación y se acostaría junto a mí en la cama, abrazándome por la espalda y besando mi cuello con calidez como solía hacer. Me sentaba en la sala y fantaseaba con verlo a mi lado, acariciándome de manera furtiva hasta que nuestra pasión se encendía y todo lo demás quedaba en el olvido. Algo tan simple como hacer la cama, doblar la ropa, o sentarme a comer en el desayunador me hacía romper en llanto. Eran cosas que compartíamos juntos. Hubo un tiempo en el que llegué a escuchar su voz y corría a su encuentro y lloraba cuando me daba cuenta de que solo era mi imaginación.

Todavía lloro, no tanto como antes, aunque sigo llorando antes de dormir. Llevo mucho tiempo queriendo lo que nunca voy a tener, soñando con los ojos abiertos y el corazón en pedazos. Necesito hallar el modo de salir adelante. Una de las decisiones que debo tomar es buscar una nueva residencia, renunciar a este lugar, que tantos recuerdos me traen de Jake, pero para eso aún no estoy lista. Iré un paso a la vez, sin prisa.

Comenzaré por lo más sencillo, que es… que es… No estoy segura. ¿Dejar de dormir con su camiseta? ¡No! Tampoco estoy lista para eso.

¿Cómo se supone que salga adelante si no estoy dispuesta a dejarlo ir?

Me levanto de la cama y hago lo primero que se me viene a la mente, no puedo pensarlo mucho o cambiaré de decisión. Abro el armario, comienzo a descolgar sus camisetas y las hago un montón en el suelo. Sigo con sus pantalones y sus zapatos, pongo todo junto y cierro los ojos. Respiro profundo, porque no es fácil para mí hacer esto, es como volver a decirle adiós, como sepultarlo una vez más. Mas sé que es lo correcto. No puedo seguir esperándolo, él no vendrá, él murió, igual que nuestro hijo. Aferrarme a Jake me está hiriendo, me lastima, me ahoga... Lo amo, lo amaré siempre, sin embargo, no puedo seguir atada a su recuerdo.

Busco una bolsa en la cocina para guardarlo todo, regreso a la habitación y me siento en el suelo estirando mi pierna izquierda. Pasé por un montón de terapia física para volver a caminar por mis propios medios, pero mi pierna sigue doliendo y tengo que usar analgésicos. El médico dice que debo hacerme una cirugía para corregirlo, pero no quiero operarme, odio los hospitales, me traen terribles recuerdos. Además, Jake perdió la vida, yo puedo convivir con un poco de dolor.

Alcanzo una camiseta gris, la que me dio la noche que lo conocí, y mi estómago se hace un nudo.

No puedo deshacerme de esto.

La doblo con cuidado y la pongo a mi derecha. Tomo una segunda pieza y resulta ser una camiseta de Abgrund, otra de la que no puedo deshacerme. ¿Será así con todo? Pero es que esta prenda es especial, no puedo salir de ella así nada más, por eso decido ponerla junto con a la camiseta que aparté antes. Y como sé que si sigo tomando pieza por pieza todo quedará a mi lado derecho, busco una sábana, envuelvo lo que queda en el suelo con ella y la meto en la bolsa. Todavía no estoy segura de lo que haré con las cosas; puedo donarlas o dárselas a sus padres para que ellos lo decidan. No he hablado mucho con ellos desde que él murió, no sabría qué decir ni cómo actuar, es muy doloroso.

Guardo la bolsa en el armario conteniendo las lágrimas, ya pensaré en algo después. Y, antes de que la duda y el arrepentimiento me invadan, cierro la puerta.

En ese momento, escucho el timbre del intercomunicador y voy a contestar. Es America, ella acostumbra a hacer visitas improvisadas, mis hermanos igual. Sebastian es el que más se aparece de los dos, está muy pendiente de mí, y no es algo nuevo, ha sido mi apoyo en muchos aspectos de mi vida, estuvo para mí cuando decidí ir en contra de los deseos de mi padre y estudiar arte en lugar de una carrera «real», como dijo en medio de nuestra discusión.

Mi pasión por el arte inició desde que era una niña, me encantaba dibujar y colorear, mi maestra se sorprendía de lo que podía hacer. Fue ella quién me motivó a tomar clases de arte, habló con Elise y ella aceptó inscribirme sin rechistar, todo lo que significara mantenerme ocupada, lejos de ella, era suficiente para decir sí. Tenía siete años entonces y, a pesar de que era pequeña, estaba segura de que quería ser artista cuando creciera. No tenía idea de todo lo que implicaba, pero se convirtió en mi sueño.

Diez años más tarde, inicié mis estudios de artes en la Academia de Bellas Artes de Múnich con el apoyo de Sebastian. Destaqué entre todos los de mi promoción. Uno de mis profesores dijo que mi talento competía con la de pintores destacados como Paul Sandby y Vincent Van Gogh. Me sentí muy halagada y, de algún modo, eso influenció en mi inclinación a emplear la acuarela en la mayoría de mis pinturas. Me sentía en mi elemento empleando esa técnica.

Cuando me gradué, Sebastian me animó a abrir una galería para exponer mis obras y me dio el dinero necesario para lograrlo. Mis pinturas gustaron mucho y pronto fui ganando reconocimiento, haciéndome un lugar importante en el mundo del arte nacional.

Desbloqueo la puerta principal del edificio y Mare entra unos minutos después a mi apartamento quejándose por el ascensor averiado. Resido en la planta tres de un edificio en Schanze, un barrio bohemio y encantador del que me enamoré desde el momento que Jake me trajo. Aunque mis hermanos lo catalogan como «demasiado peligroso».

Son tan Decker a veces…

—Cámbiate, tendremos una tarde de chicas —dice después de terminar de lloriquear.

—¿No se trata de otra emboscada para hablar con Elise? —pregunto a la defensiva. La última «tarde de chicas» no fue más que una excusa para reunirme con ella. Nuestra relación nunca fue la mejor, Elise no sabe cómo ser una buena madre, ni una vez me dijo te amo o me lo demostró. No recuerdo que me diera un abrazo o un beso. En lo que sí es experta es en señalar mis «errores» y en querer imponerse sobre todos. Pero, desde la muerte de Jake, la distancia entre nosotras se hizo más grande. No puedo olvidar lo que dijo cuando me visitó en el hospital: «Es lo mejor que pudo pasarte. Ese muchacho no estaba a tu altura, espero que elijas bien la siguiente vez».

—¡Yo jamás haría algo así! Sabes que fue Simon quien le dijo dónde estaríamos. Pero con el castigo que le impuse, dudo que vuelva a hacer algo semejante.

—Bueno, dame diez minutos y estaré lista. —Voy a la habitación y abro el lado de mi armario, sintiendo un agujero en mi estómago cuando veo con el rabillo del ojo la bolsa con las pertenencias de Jake. Respiro hondo por la nariz y espiro conteniendo las lágrimas, no quiero que Mare sepa que he llorado y me pregunte porqué, no estoy lista para hablar del tema. Ella puede intentar presionarme a que me deshaga de todo y necesito tiempo para procesarlo antes de ser capaz de ir en esa dirección.

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