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El corazón de Lukyan se detuvo un momento, el lugar, donde antes estaba su hijo ahora se encontraba completamente solo. El omega se levantó alarmada buscando por los alrededores, pero solo quedaba el bulto de ropa en el suelo y nada más. Una de las razones que le preocupaba de su hijo es que su peculiar olor no era fácilmente detectable, no dejaba rastro, por lo que no podía saber a dónde se había ido.
Lukyan entró en pánico. No podía ser. Había pequeñas marcas de huellas lobunas en el césped. Se agachó y las repasó con la punta de sus dedos abriendo los ojos con sorpresa.
Aidan se había convertido en lobo.
Eso no era una buena noticia. Él no estaba en tiempo todavía. Su cuerpo no tenía la fortaleza para hacerlo o eso era lo que ellos habían creído. Estaba en la mitad del tiempo. Además, la primera transformación era la más peligrosa. Siempre era aconsejable que uno de los padres, o algún adulto experimentado estuviera junto al cachorro.
En la primera transformación se perdía la noción de todo, a tal punto que los más jóvenes podían correr kilómetros sin medir su fuerza. Las emociones eran demasiado fuertes y si no se tenía cuidado el cachorro podía perecer de cansancio.
El pánico aumentó dentro de él hasta que el calor del vínculo con Dante lo envolvió pudiendo volver a respirar. En los últimos años se había hecho tan fuerte que él podía saber a precisión como se sentía él y consolarlo en el proceso. Incluso sus pensamientos se entrelazaban si estaban cerca. Después de perder sus poderes pensó que este rasgo, el puente que había creado especialmente para su esposo, lo había perdido, pero solo se había debilitado.
-¿Qué pasa?- la voz del alfa se oyó preocupada- No es normal que estés así de alterado-
-Aidan, Aidan, él...- Lukyan ya se quitaba la ropa para transformarse pero un olor conocido llego a él y sus manos se detuvieron. Acaso era...
Un pequeño lobo corría desbocado por el bosque buscando ese aroma dulce con el que tanto anhelaba tener cerca a pesar de todas las advertencias de su familia. Lo había captado mucho antes que nadie y su cuerpo solo reacciono por reflejo. Pero ahora no podía ubicarlo, todo a su alrededor era intenso y por momentos perdía la noción se lo que estaba haciendo, de a donde tenía que ir, qué tenía que hacer.
Además, su velocidad no era constante. Por muy leves periodos sus patas eran como si no tocaran el suelo y todo pasara a una inmensa velocidad a su alrededor. No podía decir que era una sensación agradable. Cada vez que esto ocurría sus patas tocaban el suelo, adoloridas de golpe y le tomaba minutos recuperar la dirección.
Además, sus sentidos estaban tan atentos que era abrumador. Podía oler muchas cosas que la aturdían, el musgo fresco, la tierra, las diferentes flores que no podía ver. Sus oídos palpitaban, hasta el leve movimiento de las hormigas sobre los troncos de los árboles eran como golpes directos a su cerebro.
Corría, corría como loco, ya no sabía a dónde, solo quería estar cerca de aquella ancla que lo mantenía cuerdo dentro de la tormenta de nuevas sensaciones en su interior. Todo volvió a volverse borroso pasando por su lado hasta que se detuvo de golpe con un tronco en su camino, que lo hizo tambalearse hacia atrás y caer sentado en sus traseros.
Gimió de dolor. De su morro ahora goteaba sangre que salpicó también sobre sus ojos. Intentó quitarlo con las patas delanteras, el olor del líquido viscoso era demasiado intenso y repulsivo e inundaba toda su nariz.
Gimió otra vez, quería a su padre, quería a su madre, a sus hermanos ¿Dónde estaba? No quería estar solo. Y aun así su cuerpo quería seguir corriendo a pesar de que en su cabeza solo anhelaba estar con su familia. El dolor ahora le permitía que su conciencia estuviera de vuelta, aunque fuera solo un poco, pero lo suficiente para detenerse en su lugar a pesar de que esto le causó un intenso dolor en sus patas de la tensión.
De su garganta salió un gemido lastimero, él solo era un simple cachorro.
-Tranquilo, no llores- unas botas se detuvieron delante de él de repente.
Aidan no podía saber quién era dado que su nariz estaba llena de sangre obstruyendo sus fosas nasales.
Aquel recién llegado se arrodilló delante de él y lamió la punta de su morro con cuidado. Acto seguido el dolor fue disminuyendo hasta que fue historia. Como por arte de magia y Aidan se quedó muy quieto. Mantenía los ojos cerrados pues la sangre no le permitía abrirlos, pero hizo un esfuerzo.
Pronto, con un pañuelo, la sangre fue quitaba de su piel y por fin él pudo ver y oler nuevamente solo para ser invadido por aquella deliciosa fragancia. El olor de un macho alfa, de su lobo. Movió la cola exasperado. Él había venido y estaba precisamente delante de él.
-Alguien está contento de verme, a ver quién es el pequeño cachorro- el hombre acarició la cabeza, solo podía sentir una suave fragancia florar saliendo del cachorro totalmente diferente.
Acción errónea, un calor abrasante y demandante recorrió su brazo que lo hizo retroceder y quedarse mirando al lobo sentado que parecía atento a él olvidándose de todo a su alrededor. Su mirada casi parecía que lo atravesaba.
-Aidaaaaan- la voz de Dante resonó fuerte cerca de ellos casi como un gruñido.
Su imagen se proyectó tan rápido que parecía difusa. Había utilizado su habilidad en un momento de desesperación al recibir el mensaje mental de Lukyan que su hijo había desaparecido. Pero se llevó una gran sorpresa con lo que se encontró.
-¿Lucian?- Dante retomó su imagen humana tan pronto como llegó- ¿Aidan?- miró después al lobo y no había duda, su hijo tenía un olor característico. Se acercó a él y lo cargó entre sus brazos, él menor lamió su mejilla con entusiasmo.
Un gemido se escuchó y quedó perdido entre la brisa que corría entre ellos.
-¿Ese es Aidan?- la voz de Lucian sonó sorprendida -¿Estás jugando conmigo Dante? Solo no nos hemos visto en 7 años, de qué me perdí...-
El lobo lo miró por encima del hombro.
-Tampoco te extrañé Lucian- notó que su hijo miraba al otro alfa con demasiada e incómoda atención queriendo casi ir con él -Te explicaré después- comenzó a caminar, pero se detuvo- Y no te acerques a mi hijo, no lo toques, no lo huelas, no lo mires-
Lucian alzó una ceja.
-Deja de ser un padre tóxico y no creo que sea a mí a quien tengas que decirle eso- el pelirrojo metió sus manos en los bolsillos de su pantalón señalando al cachorro con la barbilla que precisamente hacía eso. La intensidad de la mirada platinada haría ponerse nervioso a cualquiera, mas no al líder del consejo ¿verdad?.
Dante gruñó y después prestó atención a su hijo ahora que la adrenalina estaba pasando. Aidan estaba en su forma de lobezno, muy joven como para que aquello pasara pero Edgar le había advertido la última vez que lo había consultado, debían pasar años antes de que ocurriera pero ya no había vuelta atrás. Y lo que más le preocupaba es que él no había pedido precisamente la conciencia como ocurría con los demás cachorros. Aidan estaba tan atento al alfa rojizo que caminando a su espalda que daba miedo.
-Aidan, transfórmate- le ordenó Dante acomodándolo en sus brazos con un tono suave pero demandante a la vez.
El cachorro alzó sus orejas y giró la cabeza hacia un lado. Dante se alarmó al ver restos de sangre manchando su pelaje, pero no encontró ninguna herida.
-Vamos precioso, tu madre se va a preocupar si te ve en ese estado, mi príncipe- besó su morro.
Esto pareció surtir efecto en el cachorro y asintió con la cabeza como su comprendiera y cerró sus ojos. Poco a poco su cuerpo fue tomando tamaño, el pelaje disminuyendo, sus dedos formándose, su cabeza llenándose de cabello oscuro en hondas que le cayó sobre su rostro, y todo sin mostrar la menor expresión de dolor. Como si aquello fuera realmente fácil para él, algo totalmente atípico, siempre la primera transformación era como el infierno, pero Aidan solo lo hacía sin problemas.
Una vez en su forma humana Aidan rodeó el cuello de su padre con sus brazos y recostó su barbilla sobre su hombro mirando hacia atrás. Lucian estaba tan impresionado por lo ocurrido en los últimos 5 minutos que apenas si podía hablar, quitando lo empalagoso que era Dante con su hijo... al igual que con los demás.
Una gota de sudor corrió por su sien. El pequeño lo enfocaba tan fijamente con aquellos enormes orbes plateados que su cuerpo se sentía pesado. La última vez que lo había visto era cuando había nacido, tan pequeño que cabía en sus brazos, pero aun así demasiado poderoso.
Ahora, años después, evitando visitar a Lukyan o las reuniones con Dante solo para no cruzar camino con Aidan, precisamente sus caminos se habían interceptado encontrándose no con un simple cachorrito, sino con uno que aparentaba más años de los que realmente tenía.
Si, Dante tenía que darle explicaciones y muchas.