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Capítulo 3. NOVIA INTERESANTE

Narrador

Al caer la tarde, Mohamed y Adub llegaron a la casa de la novia: uno presentándose como el hermano mayor, y el otro, ya conocido como el padre de Karim, quien no quiso asistir a dicha reunión.

—¡Sean bienvenidos! Por favor, entren a mi humilde morada —les pidió Ashk luego de recibirlos fuera de la casa. Él hubiera deseado hacer una celebración de presentación de la novia para mostrar a su hija con orgullo, puesto que reconocía que era una muchacha muy bonita, pero no contaba con tanto dinero para darse tales lujos como ofrecer una fiesta. Así que solo mandó a preparar una cena para honrar a los invitados, y, aunque Charlotte no lo creyera, Ashk sentía admiración por ella.

Esperaba ansioso; de esa unión dependía el futuro de su familia, ya que estaban a punto de quedarse en la calle por su mala suerte en los negocios.

—Pido perdón en nombre de mi hijo. Se ha resfriado y, aunque quería venir, le pedí que se quedara en casa. Yo, como padre, veré a la novia en su lugar —mintió Mohamed, sin encontrar salida para la ausencia de Karim. Su alfa no se lo ponía fácil: se había convertido en un lobo un tanto amargado y, aunque estaba dispuesto a colaborar para crear al descendiente que necesitaba, por momentos se tornaba agobiante soportarlo.

—Sí, claro, en unos minutos una de mis esposas traerá a mi única flor. Quiero que sepan que mi Charlotte no fue criada aquí y es un tanto diferente a nuestras mujeres, pero está haciendo un gran esfuerzo porque es una hija aplicada y muy considerada —dijo Ashk, pero Adub y Mohamed olieron algo de mentira en sus últimas palabras.

#Un poco de entretenimiento para nuestro afable rey# —le comunicó Mohamed, sarcástico, a Adub, y se podían comunicar sin problemas porque utilizaban lentes oscuros.

#¿Afable? ¿Eso fue un elogio o una ofensa? Porque si le dices a Karim que él es afable, te patea un lugar doloroso# —le respondió Adub. Ambos disfrutaban el momento mientras esperaban a Charlotte, y otra esposa de Ashk les brindaba café.

—Hija, deja de ser tan terca y regresemos. No le debes esto a tu padre, ni siquiera a mí; quiero verte ser feliz, y siendo la cuarta esposa de alguien no lo serás —le suplicaba su madre.

—Ya no puedo faltar a mi palabra. Además, no lo hago porque te lo deba; quiero hacerlo. Creo en los mejores comienzos —mentía Charlotte, y lo hacía mal. Aunque era muy soñadora, sentía miedo al ver la realidad de lo que podría ser su vida. Ver a cuatro mujeres en una lucha constante en casa de su padre le hizo pensar que sí había actuado de manera precipitada, porque, aunque lograra que su esposo la amara, habría tres mujeres más con las que no podría prohibirle acostarse. No obstante, en cuanto recordó cómo veía a su madre reír con su padre, cuando él le decía algo al oído, o cómo se divertía viendo a las otras esposas discutir por cosas sin sentido, sonrió ampliamente y pensó:

«Bueno, que sea por tu felicidad, mamá, y por la salud de mi hermano Moham.»

—Vaya, qué mala suerte tiene la hija de la extranjera. Su futuro esposo no le quiere ver la cara; eso será una tacha bien desagradable para nuestra familia —comentó, con veneno, quien anteriormente había sido la primera esposa. Ahora estaba dolida y buscaba cualquier pretexto para lastimar con palabras hirientes tanto a Charlotte como a su madre.

—Muchacha, sé rápida y ve a la sala. No hagas esperar a tu suegro y cuñado antes de que se arrepientan, aunque deberían, porque no eres la mujer adecuada para un hombre de este lugar y con tal educación y poder —escupió la vieja. Charlotte quiso levantarse para enfrentarla, pero su madre la detuvo; no estaba bien visto que ella le faltara el respeto.

—Hija, ya que no te hago cambiar de opinión, quiero que sepas que debes mejorar ese carácter. Aquí no eres libre de actuar impulsivamente como en Filadelfia. Recuerda vestir justo como lo haces ahora y comportarte de manera sumisa —le decía su madre, pidiéndole a Dios que Charlotte pudiera adaptarse a esa nueva vida.

—Mamá, pero no es como si me fuera a casar ahora mismo —dijo entre dientes, mirando a su cuñado y a su suegro, notando que eran bastante jóvenes.

«¿Cuántos años tendrá el idiota que me ha tocado como esposo? ¿Con qué patán me quiere casar mi padre, que ni siquiera fue capaz de darme la cara? Si seré su esposa...» —pensó, molesta por la actitud soberbia que le agregó a Karim sin conocerlo, solo por el desplante tan feo. Sentía que él no tenía respeto por ella y llegó a creer que a ese imbécil le importaba casarse con quien fuera.

«Esta gente parece que el amor le vale un pepino, igual podría ser una escoba y a él le da lo mismo», volvió a hablar en su fuero interno. Luego le pasó por la mente la idea de que a él no le interesa lo fea que puede ser, si es porque, de seguro, él es bien horrendo. Incluso lo imaginaba: un tonto, mal vestido y alocado. Se aterró y sacudió la cabeza para sacar de su mente tantas locuras.

«Bueno, pero el suegro y el cuñado son de buen ver», volvió a dialogar consigo misma, convenciéndose de que, de seguro, su prometido no ha de ser feo.

Saludó con cortesía, aunque le costaba hacerlo porque no sabía cómo. Le habían explicado, pero lo olvidó. Más bien, lo que le causaba la situación era algo de risa, y por primera vez desde que utiliza un niqab agradeció tenerlo puesto, porque pudo sonreír sin que se notara. Sin embargo, sus invitados pudieron darse cuenta de la gracia que todo aquello le causaba a Charlotte.

#Interesante#, dijo el beta.

#Nos vamos a divertir mucho#, respondió Adub.

Mohamed fue quien se levantó con el plan de alzar un poco el niqab que cubría el rostro de Charlotte para ver qué tan hermoso era su rostro, pero Ashk detuvo sus ágiles manos poniendo una de las suyas sobre la de él.

—Disculpe, pero usted sabe que solo el novio tiene permitido ver el rostro de mi hija. Lo siento de verdad.

Mohamed tenía clara la tradición, pero creyó que Ashk sería como otros padres que lo han permitido. Y si estaban ahí, era exactamente para ver el rostro de Charlotte.

—Sí, pido disculpas por mi atrevimiento. Al ser el padre de Karim, supuse que podía ver a mi futura nuera, pero bueno, no podemos romper sus normas —respondió apenado, bajando gradualmente la mano. Sin importar que él fue quien concertó ese matrimonio, no le quedó más que aceptar la cena y despedirse para marcharse.

—Señor Rashid —le habló el padre de Charlotte. Mohamed no respondió, ya que ese no es su apellido, y por un momento pasó por alto su papel de padre de Karim. De modo que Adub lo tocó y él espabiló.

—Sí, dígame, señor Ashk. Me parece que ya somos familia y deberíamos dejar las formalidades y empezar a llamarnos por nuestros nombres —dijo, desviando su desconcentración.

—Tiene usted razón, señor Mohamed. Le decía que mi hijo mayor los guiará a la salida y que gracias por la grata compañía —respondió Ashk.

Ambos terminaron de ponerse de pie, pero Mohamed dejó a propósito su billetera sobre el asiento en el que estaba. Empezó a seguir al hombre que los acompañaba; sin embargo, cuando escuchó a Charlotte decir:

—Siento que me estoy asfixiando, yo no aguanto esto puesto —a medida que Charlotte se quitaba el niqab, decidió devolverse usando como pretexto el olvido de su billetera. Como el hijo mayor de Ashk no tiene una audición como la suya, no vio nada raro en eso, sino que los llevó de vuelta al salón.

En cuanto Mohamed vio a Charlotte, se quedó maravillado con su color de piel y su perfil, distinto a lo que acostumbra ver. Siempre que busca una novia, lo había visto en sus ojos vivos, pero verla lo dejó tan impresionado como a Adub.

—Tal parece que he dejado mi billetera aquí —habló, cuando vio la impresión de Ashk, y bajó la mirada. Fue al lugar donde estaba la billetera, la levantó y se la mostró.

Volvieron a estrechar las manos con Ashk y se marcharon rumbo a la casa del rey fuera de la manada.

—Es alucinante la belleza de esa mujer. Ojalá Karim pueda sentir algo de atracción por ella —le dijo Adub a Mohamed.

Iban sentados en el asiento trasero mientras el conductor de Mohamed los llevaba a su destino. Ambos quedaron prendados de su belleza, porque Charlotte tiene lo exótico de los árabes mezclados con los rasgos más finos de los norteamericanos.

—La verdad es que deberíamos hacer que Karim sufra un poco —expuso Mohamed, y los dos se rieron con complicidad.

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