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―¡Hermano! —exclamó Alberto, al entrar a la habitación y verle recostado en la camilla sin poder moverse porque está envuelto en un yeso su pierna derecha, y por su pecho cruza una venda blanca.

―¿Qué haces aquí? —preguntó con altanería José Luis.

―Vengo a ver a mi hermanito del alma.

―Vete Alber...