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ANDY y CAMILLE

A las cuatro en punto de la mañana, el estruendoso sonido de la alarma despierta a Andy,

¡ring! ¡ring! ¡ring!

Con un solo toque, Andy apaga su alarma y abre los ojos. Tras esperar aproximadamente dos minutos, se levanta de la cama. Sus pantuflas están perfectamente alineadas en el lado derecho de su cama. Andy aplaude dos veces, y la luz de su habitación se enciende.

Es hora de comenzar su rutina diaria. Se estira un poco y, en menos de diez minutos, está bajo una ducha de agua helada. Con un reloj inteligente que marca la duración del baño, gestiona cuidadosamente su tiempo. Después de los quince minutos programados, se viste con su ropa deportiva perfectamente organizada y se dirige al gimnasio de su mansión para realizar su rutina de ejercicio.

A las seis en punto de la mañana, después de completar su rutina de mantenimiento corporal, Andy toma otra ducha, esta vez con agua tibia para relajar sus músculos. Quince minutos más tarde, se peina con precisión, se da pequeños masajes con una fina crema, y viste un elegante traje oscuro negro platinado. Arregla su barba diariamente, se perfuma con una exquisita fragancia francesa regalo de su madre, y adorna su mano izquierda con un hermoso Rolex de oro que combina a la perfección con su divinidad. Aunque no es vanidoso, Andy es obsesivo con el orden, la presentación, los horarios, el aseo y la perfección.

Todo en su habitación estaba perfectamente acomodado. Contaba con un cuarto anexo que hacía las veces de su guardarropa. Cada prenda en su armario se ordenaba meticulosamente por tonos y usos. Sus camisas debían lucir perfectamente planchadas, y su ropa deportiva no experimentaba más de dos usos antes de ser intercambiada. Había contratado a alguien exclusivamente para encargarse del cuidado de sus prendas de vestir. Si algo no le complacía, inmediatamente lo hacía cambiar o simplemente lo desechaba.

Andy, un joven multimillonario con formación en economía, ostentaba un par de doctorados y un máster. Desempeñaba el papel de CEO en la compañía exportadora más grande de la ciudad, Compañía ALF Y ASOCIADOS. Los éxitos de la empresa eran atribuibles a la dedicación incansable del CEO a los negocios y a su habilidad para gestionar la compañía.

Además de ser un empresario exitoso, Andy, a sus veintiséis años, destacaba por su atractivo físico. Alto y guapo, su tono de piel canela resaltaba su sensualidad. Poseía unos ojos café oscuro, una barba de candado que rodeaba su quijada y un cabello siempre en perfecto orden, demostrando lo bien cuidado que estaba.

A pesar de ser el CEO y tener acceso a todos los privilegios, Andy era la primera persona en llegar a su oficina. A las ocho de la mañana, ya iniciaba sus funciones. El día anterior, sus empleadas de limpieza se encargaban de dejar todo en su lugar: su silla impecable, su escritorio sin una sola muestra de polvo, sus pocos cuadros perfectamente alineados y sus esculturas cuidadosamente dispuestas. El aroma que emanaba de su oficina atraía el corazón de cualquier mujer.

En otra ciudad, no muy lejos de Andy

—Camille, hija, levántate. Tienes que irte a trabajar a la cafetería. ¡Apresúrate, hijita, se te hará tarde!

—¡Mamá, mmm ya me levanté!— Camille baja las escaleras de su humilde casa con pasos arrastrados. Sus pantuflas están tan desgastadas que apenas pueden cubrir sus pies del frío piso. Su cabello está en total desorden, viste una larga camiseta vieja de su difunto padre como pijama, y su rostro está cubierto por dos enormes ojeras por falta de sueño.

—Hija, ¿pudiste descansar algo?— le pregunta Angela a su hija.

—No mucho, mamá. Anoche me extendieron el turno en esa cafetería, tuve que hacer horas extras y acepté. Necesitamos tus medicinas y comida para la pequeña Carolain.— Camille se acerca a su madre y le da un beso en la mejilla.

—Hijita, te estás desgastando demasiado en ese trabajo. ¿Has recibido alguna respuesta de la ciudad capital de alguna de las empresas donde has buscado empleo?— Angela mira a su hija con compasión.

—No, mamá. El hecho de no ser egresada de una reconocida universidad no me da ninguna oportunidad.— Camille mira frustrada su diploma de psicóloga, que cuelga como única decoración en la sala de estar.

Camille, una joven de veinticuatro años, vive con su madre en un pequeño pueblo a unas cuantas horas de la capital. Con el esfuerzo de su difunto padre, ingresó a una pequeña universidad cercana y obtuvo su título como psicóloga hace un año.

Sin embargo, dos sucesos importantes cambiaron su vida al mismo tiempo que lograba este pequeño triunfo. Su padre falleció en un accidente de tránsito, dejando a su madre sola a cargo de ella y su hermanita Carolain, ahora de diez años. Además, a su madre le detectaron cáncer de páncreas, lo que requería un agresivo tratamiento para salvar su vida y le impedía volver a trabajar. Camille, para sobrevivir con su familia, tuvo que ocupar el lugar de su madre en la cafetería, ya que en el pueblo no había trabajo para una profesional como ella.

Durante mucho tiempo, insistió enviando currículums y participando en procesos de selección en reconocidas empresas de la capital, esperando una respuesta. Sus esperanzas se desvanecían cada vez más al no recibir ninguna, sintiendo que se quedaría trabajando en ese lugar para siempre.

Esa mañana, después de despedirse de su madre y llevar a su hermanita al colegio, recibe una llamada en su viejo teléfono. Aunque no conoce el número, decide contestar.

— ¿Hola? — dice en un tono muy jovial.

— Buenos días, señorita. Me comunico con usted de ALF Y ASOCIADOS. ¿Hablo con Camille Ibis? — Le pregunta una mujer al otro lado de la línea.

— ¡Buenos días! Disculpe usted mi manera de contestar. Si habla con ella, dígame.

— Usted se postuló a una vacante en nuestra empresa como jefe de recursos humanos. Veo que usted es profesional en psicología, ¿verdad?

— ¡Sí, sí lo soy! — La voz de Camille ahora suena emocionada.

— ¿Tiene algún estudio adicional, como diplomado, doctorado o máster? — La mujer al otro lado de la línea pregunta con suspicacia.

— No, en realidad no. — Ahora Camille sabe que será rechazada nuevamente, como en las ofertas anteriores.

— Bueno, señorita Ibis, sus pruebas fueron cien sobre cien, pero por su perfil académico, ahora solo podríamos ofrecerle una vacante como secretaria en el área de recursos humanos. Requerimos una urgente.

— ¿Secretaria? ¿Y de cuánto sería el salario? — Dice ella frustrada por lo que le acaban de ofrecer.

— Bueno, su salario sería de unos dos mil al mes, más sus prestaciones legales. Además, cada dos meses tendría un bono extra por su rendimiento. Sin contar que solo trabajarías de lunes a viernes, de ocho de la mañana a cinco de la tarde.

Al escuchar las condiciones laborales que le estaban ofreciendo, Camille se queda en silencio, tratando de asimilar que es cuatro veces lo que gana actualmente y no puede creerlo. Se asegura de corroborar lo que está escuchando.

— ¿Me está hablando en serio señorita? — Le pregunta dudosa

—No entiendo su pregunta, le estoy llamando para un ofrecimiento bastante formal, revise su correo electrónico, si está interesada la esperamos el lunes en la compañía, recuerde que toda su contratación es inmediata y será digital, así que solo tendría que venir a trabajar si firma su contrato antes de las seis de la tarde.

—Perfecto señorita, muchas gracias ya reviso mi correo ¡Gracias de verdad! — Camille salta como una niña emocionada, riendo de la felicidad por la calle y aunque no es lo que ella esperaba por su profesión, las condiciones estaban dadas y podría ayudar a su madre aún más.

Camille se había postulado a esta empresa hacía unos siete meses atrás, todos los meses presentaba unas pruebas y unas entrevistas diferentes y ya había perdido las esperanzas de ubicar una vacante en este lugar.

Llego encantada al trabajo en la cafetería, su felicidad era tanta que había olvidado que debía firmar el contrato antes de una hora fija, cuando se dio cuenta ya eran las siete de la noche, en su pueblo los sitios de internet publico los cerraban a las seis treinta, debía buscar un lado donde poder revisar.

—No, no puede ser, maldita sea— La única oportunidad buena en mi vida y la pierdo por despistada, ¡¡no puede ser!!— Camille se lamentaba su descuido.

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