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El silencio

Frunció el ceño, impaciente. —Ya lo sabías.

—Sí, pero eres Roman, el pintor.

Esto lo molestó. No podía imaginar por qué. —Oh.

—¿Me vas a regalar tu pintura? Estaba mortificada por esto. —Ninguna de tus piezas cuesta menos de cien mil.

Se encogió de hombros.

Señalé la pintura complicada. —¿Cuánto cue...