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Su respiración, así como sus palabras, hicieron que Miya se sonrojara. Sentía una mezcla de placer y vergüenza. ¡Levi y los guardaespaldas debieron haber escuchado! pensó.

Miya enterró su rostro en su pecho, demasiado avergonzada para mirar a los demás. De hecho, nadie los estaba mirando. Todos est...