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Capítulo siete

—Mira, mira— gritan.

—¿Dónde?

Me señalan y saltan de emoción.

—Oh, Dioses, es Imani.

Uno se desmaya.

—Mira el Bakantwa. Le queda perfecto.

—Y esa empuñadura dorada tan hermosa. Estoy tan celosa.

Ayer no era nadie. Ayer levantaban la nariz cuando pasaba, pero ya no más. Eso es cosa del pasado.

—¿No d...