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Capítulo 6

Rachel

—Hola, me gustaron mucho tus fotos. Me gustaría invitarte a cenar. Podemos discutir más detalles en persona. ¿Cuál sería tu precio para la cena?

Me quedé congelada por un momento, procesando la invitación. La idea de salir a cenar con un completo desconocido me ponía un poco nerviosa, pero también sabía que necesitaba el dinero. Tomé una respiración profunda y decidí responder con lo que me parecía justo.

—Hola. El precio para una cena es de mil dólares.

La respuesta no tardó en llegar. En cuestión de minutos, el usuario respondió, y lo que dijo hizo que mi corazón se acelerara.

—Te pagaré dos mil dólares si vienes a cenar y hablas conmigo. ¿Qué te parece?

Sentí una mezcla de alivio y aprensión. La cantidad era significativa y podría ayudarme a cubrir algunos gastos inmediatos, pero la idea de conocer a este hombre en persona aún me inquietaba. Sin embargo, la tentación del dinero y la necesidad de resolver mis problemas eran más fuertes.

Con una sensación de nerviosismo y determinación, acepté la propuesta. Respondí rápidamente:

—Está bien. Estaré allí.

En el momento en que envié el mensaje de confirmación, una ola de ansiedad me invadió. Miré el reloj y me di cuenta de que tenía unas pocas horas para prepararme. Me levanté del sofá y comencé a alistarme para la cita.

El primer paso fue elegir la ropa. Me metí en el armario, revisando mis opciones. Quería verme elegante y segura, pero sin exagerar. Elegí un vestido negro que siempre me había parecido sofisticado y versátil. Era un vestido ajustado, con un escote discreto y una longitud que llegaba justo por encima de las rodillas. Lo combiné con un par de tacones altos que hacían juego con el vestido. El look era sencillo pero tenía un toque de clase.

Mientras me vestía, mi mente estaba llena de pensamientos sobre lo que podría pasar esa noche. Me preguntaba si realmente era quien decía ser y cuál era el propósito de la cena. Las dudas y el miedo estaban presentes, pero necesitaba seguir adelante. La necesidad de dinero y la situación de mi madre me impulsaban a enfrentar este desafío.

Con el vestido puesto y el cabello cuidadosamente arreglado, me miré en el espejo. El reflejo que vi parecía seguro, pero la ansiedad era evidente en mis ojos. El maquillaje fue el último paso de la preparación. Traté de mantener un look natural, pero con un toque de sofisticación. Era importante que me viera bien, pero no demasiado llamativa.

Finalmente, estaba lista. Tomé mi bolso, respiré hondo y me preparé para salir. El camino hacia el restaurante donde habíamos acordado encontrarnos parecía más largo de lo habitual, y cada minuto parecía aumentar la tensión que sentía. El pensamiento de que todo esto era parte de un proceso para asegurar el dinero que mi madre necesitaba me daba un poco de fuerza, a pesar de mis nervios.

Al llegar al restaurante, entré y fui recibida por un maître que me guió hasta una mesa reservada. El lugar era elegante, y no pude evitar sentirme un poco fuera de lugar. Sentada en la mesa, el tiempo parecía pasar lentamente mientras lo esperaba.

Finalmente, el sonido de pasos acercándose trajo una mezcla de ansiedad y expectativa.

Era todo lo que había imaginado y más. La puerta del restaurante se abrió, y en el momento en que entró, la atmósfera a su alrededor pareció cambiar. Era alto, muy alto, y tenía una presencia que inmediatamente llenaba la habitación. Sus músculos eran visibles incluso bajo el impecable traje que llevaba, la tela oscura acentuando su imponente y bien definido físico. Su cabello de longitud media caía suavemente sobre sus hombros, y lo sacudió con un sutil movimiento mientras caminaba hacia mí.

Lo observé acercarse, mi corazón latiendo con fuerza, y no pude evitar sentirme un poco intimidada. Su mirada era penetrante, pero también llevaba una gentileza que contrastaba con su apariencia dominante. Cuando finalmente se detuvo junto a mí, me sonrió, y la calidez en su sonrisa fue casi suficiente para disipar la tensión que sentía.

—Rachel, ¿verdad? —dijo, su voz profunda y controlada—. Soy Vincenzo Moretti.

—Sí, soy yo —respondí, tratando de mantener la calma—. Un placer conocerte.

Se sentó frente a mí, ajustando su corbata con un gesto elegante y profesional. Había algo enigmático en su mirada, una intensidad que me hacía sentir una mezcla de curiosidad y aprensión.

—Voy a ser directo contigo, Rachel —comenzó Vincenzo, su voz firme—. Me gustó tu perfil. Estoy aquí para hacerte una oferta.

Mi corazón se aceleró, y me enderecé, enfocando toda mi atención en él. ¿Qué podría ser tan urgente para que viniera aquí?

—Quiero llevarte a Italia —continuó, sus ojos fijos en los míos—. Te ofrezco un contrato para vivir como mi esclava sexual durante un año.

Sus palabras me golpearon como una bofetada. Sentí una ola de shock e indignación. No podía creer lo que estaba escuchando. El insulto, la humillación, todo parecía mezclarse en una sensación nauseabunda. Era como si estuviera en una pesadilla, y cada palabra de Vincenzo Moretti se grababa en mi mente.

—Eso... eso es un insulto —dije, con la voz temblando por la mezcla de shock y enojo—. No puedes estar hablando en serio.

Él permaneció tranquilo, su mirada sin vacilar.

—Entiendo que esto pueda parecer impactante, pero la propuesta es seria. Y el pago también es muy serio. Te ofrezco medio millón de dólares.

Sus palabras resonaron en mi mente, medio millón de dólares. Era una cantidad que podría resolver todos mis problemas financieros, pagar la deuda del hospital de mi madre y mucho más. Pero al mismo tiempo, el precio por mi dignidad parecía exorbitante.

El silencio se prolongó entre nosotros, y luché por encontrar palabras para expresar lo que estaba sintiendo.

—Necesito pensar en esto.

Vincenzo asintió, su mirada evaluándome con una mezcla de paciencia y expectativa.

—Por supuesto. Piensa con calma. Esperaré tu respuesta.

Se levantó, su imponente presencia aún evidente mientras se alejaba. Me quedé allí, paralizada por la confusión, luchando por procesar lo que acababa de suceder. Medio millón de dólares. ¿Y el precio de mi dignidad? La conversación había terminado, pero la decisión que tenía que tomar apenas comenzaba.

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