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Capítulo veintisiete

Conduje unos diez kilómetros antes de que los chicos comenzaran a despertarse. Con Zu aún llorando en el asiento trasero y sin tener idea de a dónde nos dirigíamos, decir que me sentí aliviada sería quedarse corta.

—¡Santo cielo!— croó Liam. Presionó una mano contra el costado de su cabeza y se sob...