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Capítulo veintiuno

—Bien, la costa está despejada— le digo. Ella asoma la cabeza y se sienta tranquilamente en el asiento del pasajero. Me dirijo directamente a mi casa. Ella me mira, la desconfianza reflejada en su rostro. —¿Qué?— le espeto.

—¿Por qué no usaste tus poderes?— Me quedé boquiabierto.

—¿Cómo diablos......