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Cincuenta y ocho

Ella lo empujó con suavidad, acomodándolo en las almohadas junto al cabecero de la cama, mientras lanzaba su pierna sobre su cuerpo y se sentaba a horcajadas sobre él. Henry no apartó la mirada de sus ojos en ningún momento. Eran tan negros como el carbón, sus hermosos iris color miel no se veían po...