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Cuarenta y ocho

—Sí, soy yo. ¿Quién habla? —Era obvia la confusión en su voz.

—Soy Melina —respondió en un susurro, recordando que tenía que respirar. El sudor le corría por las sienes y renunció a su café. Solo estaba aumentando su estado de nerviosismo.

—¿Está bien Hank? ¿Dónde está? —La tensión en las pregunta...