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Veintidós

Henry no perdió tiempo, y sin romper el beso, los tumbó en el sofá, atrapando a Melina entre los suaves cojines y él, dejándola a su merced. La sensación de sus dedos tirando y jugando con su cabello era demasiado buena para ser verdad, y estaba haciendo maravillas en sus sentidos. Pero cuando ella ...