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Capítulo treinta y seis

—¡Levántate, Delilah, levántate! No he terminado contigo —gruñó Alexia, limpiándose la sangre de la nariz ensangrentada. Su coleta rebotaba, pero ya no estaba impecable. Unos mechones sueltos enmarcaban su rostro.

Delilah yacía en el suelo, gimiendo y retorciéndose de dolor. Se sujetaba el costado ...