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Cinco | No hay salida fácil - Parte 2

Cinco | No hay salida fácil - Parte 2

Este capítulo contiene desencadenantes de violación.

Ana

Cuando Vi se levantó y se fue con Brett, una ola de miedo y pánico me invadió. Vi a Cody y Ted caminando de regreso a la mesa, y Ted no estaba contento.

—¿¡Dónde diablos se fue?! —siseó Ted, golpeando los platos sobre la mesa.

—Umm... —balbuceé, viendo la expresión en sus ojos. No quería decirle, de esta manera ella podría escapar, pero también temía lo que me harían a mí.

—¡Dímelo ahora! —escupió Ted, inclinándose y agarrando mi brazo, apretándolo con fuerza, lo que me hizo estremecerme y tensarme.

—¡Al baño! —grité del dolor. Por eso desearía ser como Vi. Ella no se habría quebrado tan fácilmente.

Ted soltó un suspiro frustrado y soltó mi brazo. Se enderezó y se dirigió en la dirección en la que Vi había ido.

—¡NO! —grité, tratando de levantarme, solo para que Cody me empujara hacia abajo.

—Déjalo. —siseó Cody, empujándome de nuevo en mi asiento.

Me mordí el labio y unas lágrimas cayeron por el miedo que sentía por Vi.

Violet

Brett acababa de mostrarme el baño y me giré para mirarlo.

—Gracias, Brett. —le sonreí, con la mano en el pomo de la puerta.

—De nada. —Brett me sonrió.

Me sonrojé ligeramente por lo amable que era. Tan diferente de Ted. Viendo a Brett regresar al área del banquete, suspiré y entré al baño. Entré y hice lo que necesitaba antes de caminar hacia el lavabo. No me gustaba la chica que veía. Una chica asustada y rota que una vez fue tan fuerte y feliz. Salpicando un poco de agua fría en mi cara, traté de calmarme. Tomé unas cuantas respiraciones profundas antes de reunir el valor para regresar. No quería, pero sabía que TENÍA que hacerlo por Ana. Secándome la cara, me giré y salí. Al abrir la puerta, me encontré con Ted y el miedo me recorrió mientras comenzaba a temblar. Ted comenzó a caminar hacia mí mientras yo retrocedía. La mirada de ira en sus ojos era ensordecedora para mí. Seguí retrocediendo hasta que mi espalda chocó contra la pared. Ted colocó sus manos a ambos lados de mí en la pared y se inclinó. Giré la cabeza hacia un lado, sin querer mirarlo, mientras mis manos estaban a mis costados.

—¿Te dije que podías irte? —gruñó Ted con dureza en mi oído, su aliento caliente y pesado en mi oreja.

—N-No. —logré decir.

—¿Y bien? —siseó Ted, queriendo una respuesta.

—N-Necesitaba usar el baño. —balbuceé mientras él presionaba su cuerpo contra el mío.

—No. Me. Importa. —siseó Ted de nuevo, poniéndose más furioso por segundos.

Me mordí el labio tembloroso y murmuré. —Lo siento.

—¡Eso no es suficiente! —gruñó Ted y se inclinó más contra mí, sus labios rozando la piel de mi cuello. Me tensé por el contacto, mordiéndome el labio.

—¿Por favor? —supliqué en un susurro.

—Tienes razón. —dijo Ted, retrocediendo. —No aquí. —Sonrió y agarró mi mano, arrastrándome de vuelta al comedor y hacia la mesa. Caminando hacia la mesa, vi a Ana en el regazo de Cody mientras él tenía su cara en su cuello. Ella tenía una expresión de desesperación en su rostro, suplicando que se detuviera.

—No aquí, Cody. —dijo Ted cuando llegamos a la mesa.

—¿Lo hizo? —preguntó Cody, levantando ligeramente la mirada.

—No, pero me encargaré de eso más tarde —dijo Ted con voz arrogante mientras me jalaba hacia su regazo.

Contuve la respiración, sabiendo lo que venía, y miré a Ana. Ella tenía la misma expresión que yo. Puro miedo.

Después de estar allí durante unas horas, Ted se despidió de su padre y todos nos fuimos. Nos subimos a la limusina y tomamos el camino de regreso a la casa de Ted. Mientras caminábamos hacia la puerta, los chicos nos dejaron solas por un segundo y Ana y yo nos abrazamos con fuerza. Al entrar, Ana y yo seguíamos aferrándonos desesperadamente la una a la otra. Llegamos a la cima de las escaleras cuando Cody se acercó.

—Es hora de irse —ladró Cody, alcanzando a Ana. La empujé detrás de mí y me mantuve tan firme como pude. No había manera en el infierno de que la dejara con él para que hiciera lo que quisiera con ella.

—¡Déjala en paz! —le grité a Cody.

—¿En serio? —se burló Cody, acercándose más a nosotras.

—¡Sí! —grité, sin retroceder.

—¡Vi! —dijo Ana, preocupada.

—¿Quieres llegar a eso? —siseó Cody, haciéndonos caminar hasta que ambas chocamos contra la pared.

—¡Sí quiero! —escupí, manteniéndome firme.

Cody se acercó y levantó la mano, golpeándome en la cara tan fuerte que caí al suelo.

—Ted eligió a una peleona —dijo Cody, arrodillándose. —Me gusta eso. —Sonrió.

—¡Aléjate de ella! —gritó Ana, tirando del brazo de Cody para alejarlo de mí. Cody entonces levantó la mano y abofeteó a Ana en la cara, haciéndola caer.

—¡Ana! —grité, tratando de ir hacia ella solo para ser retenida. —¡Déjame ir! —grité, luchando contra el agarre que se apretaba contra mi cuerpo.

—Detente mientras puedas —escuché a Ted susurrar aterradoramente en mi oído.

Dejé de luchar en el instante en que escuché el tono de su voz. Cody entonces agarró el brazo de Ana y la arrastró hasta su habitación.

—An- —empecé cuando Ted me detuvo.

—¡Cállate! —siseó Ted entre dientes apretados.

Levantándome, me giró en dirección a su habitación. Estuve resistiendo todo el tiempo, arrastrando los pies, cuando Ted me lanzó sobre su hombro. Empecé a golpear su espalda y a patear mis piernas, solo para que él apretara mi muslo. Me mordí el labio por el dolor punzante que recorría mi pierna. Al entrar en la habitación, Ted cerró la puerta y me arrojó sobre la cama. Se quitó la camisa antes de caminar hacia la cama y ponerse sobre mí. Se inclinó y hizo contacto con la piel desnuda de mi clavícula. Me mordí el labio y me tensé, deseando con todas mis fuerzas empujarlo, pero temerosa de lo que podría hacer. No escuché ningún otro ruido en la casa, así que me alivió que Ana no estuviera pasando por lo mismo que yo. Ted entonces comenzó a quitarme el vestido y yo simplemente me quedé allí, dejándolo hacer. No quería hacerlo enojar más de lo que ya estaba, aunque sabía lo que venía. Una vez que me quitó el vestido, comenzó a besar cada parte de mi cuerpo que podía. Contuve la respiración y sus manos recorrían mis muslos. Se tomó su tiempo, haciéndome sufrir antes de quitarme el sujetador y la ropa interior. Una vez que me los quitó, se desnudó él mismo, quitándose los pantalones. Luego se movió y se puso sobre mí, dándome el peor castigo que podía imaginar.

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