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CAPÍTULO 11

—Dios mío, Dios mío— repetía Shana mientras dejaba caer el teléfono, con las mejillas ardiendo. Se las frotaba tratando de disipar el calor que quemaba su rostro.

Apenas podía creer que había tenido el valor de decir esas palabras en voz alta a Asher y, además, con una voz que seguramente no le per...