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CAPÍTULO DOSCIENTOS TRES

Comenzó a presionar el control remoto continuamente como si eso fuera a hacer alguna diferencia. Los frascos estaban rotos y la única razón por la que esta corona de espinas seguía en mi cerebro era porque no quería empezar a sangrar mientras me sentía tan mal.

—Es inútil, Aisen; ya no soy tu prisi...