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CAPÍTULO CIENTO TREINTA

—¡Te lo dije!— bromeó Anna con una risita.

—Cállate— gruñí y me dirigí hacia la puerta que se abría al costado.

—Pero tienes razón, esto es absolutamente estúpido. ¿Literalmente hay una puerta de hierro, tecnológicamente cerrada, que lleva al mismo lugar que esta?

—Exactamente. Ni siquiera se mol...