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Capítulo 30 - Amanecer, sombras y puestas de sol

DORIS

No sabía si debía sentirme avergonzada por haberme corrido en los dedos de Arthur. Decidí que no. Él era un maestro.

Me apoyé contra su pecho. Sin fuerzas.

—Así que te gusta eso —preguntó Arthur, con un orgullo arrogante en su voz.

—Meh —bromeé—. No estoy segura. Tal vez necesitemos intent...