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Capítulo cincuenta

Las manos aferradas a sus hombros, Emma descendió sobre su longitud, y aunque el placer embriagador casi le cerraba los ojos para saborear el ajuste apretado y suave de su sexo, mantuvo su atención en ella.

Porque nada—ni el apretón ondulante de su cuerpo, el temblor de sus muslos, la vista de ella...