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CAPÍTULO 83

Sonrió traviesamente, chasqueó la lengua y se dio la vuelta. Aún sonriendo, comenzó a abrirse paso entre la multitud hasta que desapareció.

—Maldito imbécil —murmuró Samantha, todavía sintiendo su corazón latir con fuerza.

—Da igual —insistió Isabelle—. Los más guapos siempre son los más imbéciles...