




CAPÍTULO 3
—Bienvenido de nuevo, señor —dijo Richard, su chofer.
—Es bueno estar de vuelta. ¿Dónde está ella? —preguntó él.
—Se encerró en la habitación y no ha comido nada desde la mañana —respondió Richard. Ver que ni siquiera podía comer significaba que estaba angustiada.
—¿No tiene antojo de nada? Puedo comprarlo de camino.
—Compró su pizza favorita y la regaló —contestó Richard.
Eso era serio entonces, sabía cuánto le gustaba la pizza y si la había regalado, entonces había problemas. Llegaron a la mansión y el personal ya no estaba allí.
—Tú también puedes irte a casa, Richard. Me encargaré de mí mismo —dijo Sean mientras salía del coche.
—Que tenga una buena noche entonces —dijo Richard y se marchó.
Sean entró en la mansión y estaba tranquila y pacífica. No era prudente que una persona deprimida estuviera sola. ¿Y si intentaba suicidarse? Al hacerse esa pregunta, subió las escaleras de dos en dos y se dirigió a su dormitorio.
Entró de golpe y allí estaba ella, tumbada en medio de la cama como si fuera una niña. Se sintió aliviado al verla allí. Caminó hacia ella y se sentó en la cama.
Le acarició el cabello y lo apartó detrás de su oreja, y ella abrió los ojos. Podía notar que toda la energía en ella se había agotado por llorar tanto. Se veía tan linda y encantadora incluso en ese estado.
—Creo que te extraño tanto que ahora te veo incluso en mis sueños —murmuró ella mientras le sonreía. Pensaba que estaba soñando, qué tierna.
—Estoy aquí, he vuelto —dijo él mientras le limpiaba las lágrimas que corrían por sus mejillas.
—¿Eres real? —preguntó ella esta vez recuperando la conciencia.
—Déjame demostrártelo —dijo él e hizo algo que había querido hacer durante mucho tiempo.
Se inclinó hacia ella y dejó que sus labios rozaran los de ella en un beso lento. Observó cómo ella cerraba los ojos al contacto. Eran tan suaves que lo volvían loco. La deseaba tanto y la iba a tener.
—Quiero dormir contigo —le dijo y ella abrió los ojos. Podía ver la timidez en lo profundo de sus ojos—. Si no estás lista, puedes decírmelo.
No quería forzarla; era su primera vez para todo y asustarla era algo de lo que no se sentiría orgulloso.
—Quiero hacerlo —susurró ella y él tomó su mano y besó sus yemas de los dedos.
—¿Estás segura? —le preguntó queriendo confirmar de nuevo que era lo que ella quería.
—Solo espero no decepcionarte. Nunca he hecho esto —respondió ella con preocupación en su voz.
—Déjamelo a mí —dijo él mientras la miraba.
Sean se quitó la chaqueta del traje que llevaba puesta y la tiró al suelo. Lentamente comenzó a desabotonar su camisa, su mirada aún fija en ella. Podía notar que ella estaba tímida, pero estaba haciendo todo lo posible por verlo desvestirse.
Después de quitarse la camisa y los zapatos, se unió a ella en la cama. Quitó las cobijas con las que ella se cubría y se asombró de lo que ella llevaba puesto.
¿Así que cuando estaba sola dormía con algo así? ¿Tenía tanto miedo de él? Se acostó junto a ella en la cama y le plantó un beso en el hombro. Deslizó las tiras de su camisón y plantó besos en la piel desnuda. Le quitó el vestido de seda y se colocó sobre ella mientras ella se cubría con las manos.
Le apartó las manos y descendió sobre ella. La besó de manera lenta y apasionada al mismo tiempo. No quería asustarla y se iba a tomar su tiempo para complacerla y hacerla sentir cómoda. Ella gimió en su boca cuando su lengua encontró la de ella. Mientras el beso continuaba, él acariciaba su cuerpo con las manos.
Dejó su boca y comenzó a trazar besos en su cuello, succionó ese hueco entre su cuello y su hombro y ella clavó sus uñas en él mientras gritaba de placer. Ella estaba llegando y a él le encantaba. Bajó aún más y capturó uno de sus pezones erectos con la boca y la complació.
Ella se retorcía debajo de él, pero no la dejó escapar. Hizo lo mismo con el otro pezón y ella tuvo su primer orgasmo. Sonrió mientras continuaba trazando besos en su estómago. Su cuerpo aún temblaba, pero él apenas estaba comenzando. Iba a dejar su huella en ella y asegurarse de que solo lo tuviera a él en mente.
Nunca se había sentido así antes, ni siquiera cuando se tocaba a sí misma numerosas veces con la esperanza de sentir lo que era ser íntima con alguien. Estaba en llamas, la forma en que él la besaba y la tocaba la hacía ahogarse en tal placer y éxtasis que no quería volver a la sobriedad en absoluto.
Gritó cuando su boca la besó allí. ¿Cómo podía hacerlo tan fácilmente? Intentó empujarlo, pero él le sujetó las manos con las suyas y continuó complaciéndola con su boca.
Podía sentirlo venir, pero intentó contenerlo, pero en el segundo en que él la volteó con su pulgar, explotó una vez más y sintió su cuerpo temblar. Realmente estaba tratando de volverla loca antes de tomarla.
Él levantó la cabeza y le sonrió. Se incorporó para quedar frente a ella. Se inclinó una vez más y la besó apasionadamente. Ella podía saborearse en su lengua y no le importaba en absoluto. Este hombre se estaba dedicando a complacerla y ella ya no se sentía deprimida como antes.
—¡Te quiero! —susurró mientras miraba a su esposo.
—Entonces ayúdame a desvestirme —bromeó él mientras se apartaba de ella.
Ella lo miró, sus manos temblaban. No sabía qué se suponía que debía hacer. Alcanzó su cinturón y, después de reunir su valor, forcejeó con el cinturón y luego con sus pantalones. No pudo hacerlo, cerró los ojos y se recostó en la cama.
Él tomó sus manos y las abrió para que ella lo mirara.
—Está bien, con el tiempo podrás hacerlo —dijo él haciéndola sentir mejor.