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UNO SETENTA Y DOS

Levanté la cabeza lentamente, casi sin querer mirar, con el estómago ya enroscado en algo apretado y venenoso. Pero mis ojos se dirigieron a la pantalla de todos modos.

Y ahí estaba ella.

Clarice Vaughn.

Por un segundo, me congelé. Clarice. Claro.

La había llamado Clarissa tantas putas veces en ...