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Saqué las llaves de mi bolsillo y se las metí en la mano, mis dedos rozando sus nudillos, que estaban cálidos, ásperos y húmedos de sudor. Su herida de bala no había sanado. Había visto cómo favorecía su lado izquierdo, la rigidez en sus movimientos, la manera en que sus dedos temblaban ligeramente ...