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Mi estómago se retorció. Mis manos se aferraron a la barandilla, mis uñas clavándose en el metal. La caída no era demasiado alta—quizás dos pisos, tal vez tres. Pero el agua era salvaje, oscura, tragándose todo a su paso. No era un salto que quisiera dar. No era un salto que pudiera dar. Pero entonc...