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Secuéstrala

El aire estaba cargado con el rancio hedor de puros y perfume en la oficina tenuemente iluminada de George. Con una mueca de insatisfacción en sus labios, pasaba distraídamente la mano por el cabello despeinado de la joven sentada en su regazo. Sus ojos, enmarcados con un grueso delineador, lo mirab...