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Echar la culpa

Gerald cruzó la habitación lentamente, manteniendo sus ojos en mí. Me estremecí cuando extendió la mano para tocar mi mejilla. Su mano se cerró en un puño antes de alejarse de mi rostro.

—Giselda, cariño, te amo. No podía dejarte morir —murmuró suavemente.

—Entonces, lo que yo quería no importaba,...