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—Bianca, tienes que comer —le dije, mordiéndome el labio.

—No tengo hambre.

Su voz era ronca y baja. Sonaba tan cansada.

Mi rostro se frunció con preocupación. Negué con la cabeza y cerré la puerta antes de girarme hacia ella, con una expresión de simpatía.

—¿Qué te pasó? ¿Por qué estás aquí?

E...