




6- No tienes que gustarme
Aisha gimió y se giró de lado, dejando que la habitación borrosa se enfocara. Se encontró arropada en su propia cama, mirando las familiares paredes de concreto de su estudio. Estaba empapada en sudor y podÃa escuchar el zumbido tenue de la televisión en el fondo. ¿Se habÃa quedado dormida? Aisha podÃa oler palomitas de maÃz... ¿Qué demonios habÃa pasado?
Se sentó y se agarró la cabeza palpitante. ¿Por qué estaba sensible al tacto? ¿Por qué se sentÃa como si la hubiera atropellado un autobús? Aisha se sentÃa desorientada, como si todavÃa estuviera entre el sueño y la vigilia. Su mente estaba al borde de recordar, pero simplemente no podÃa llegar allÃ.
Aiko. Miró rápidamente, pero encontró la cama aún vacÃa y perfectamente hecha. Su estómago se revolvió.
Tirando las cobijas, Aisha se tambaleó hacia el baño. La rutina cómoda de los familiares diecisiete pasos que tomaba desde su cama hasta el lavabo calmó un poco sus preocupaciones. Ese pequeño detalle no habÃa cambiado. Se tambaleó un poco. ¿Estaba de resaca? Aisha no recordaba haber bebido, pero de nuevo, no recordaba nada.
No miró el espejo en su camino al inodoro y, mientras se sentaba allÃ, se abrazó las rodillas, acunando su cabeza. Piensa. Piensa más fuerte. Suspiró, tirando de las raÃces de su cabello. ¿Qué habÃa pasado? Aisha trató de buscar en su mente alguna explicación que tuviera sentido de por qué no podÃa recordar nada desde que miró por la ventana de la biblioteca. ¿Fue hoy? ¿Ayer? ¿Cómo habÃa llegado a casa?
Recogió su ropa, lista para dirigirse al lavabo hasta que de repente se dio cuenta de que llevaba puestos unos pantalones cortos de sudadera. No se habÃa dado cuenta al principio, pero la vista hizo que su corazón se acelerara. ¿Por qué demonios estaba en pantalones cortos? Aisha sabÃa con certeza que solo dormÃa en ropa interior porque de lo contrario, se acaloraba demasiado por la noche. Asà que la pregunta seguÃa ahÃ, molestándola, diciéndole que algo estaba mal. ¿Alguien más la habÃa vestido?
En el lavabo, Aisha finalmente vio la razón de su dolor de cabeza, un gran moretón que se extendÃa por su sien derecha. Estaba hinchado y sensible, definitivamente fresco. Lo tocó ligeramente, bordeando toda la sensibilidad lo mejor que pudo. En el centro, parecÃa haber una lÃnea de piel fresca, como si hubiera sido una herida. ¿Qué demonios? Cuanto más lo miraba, más sentÃa que tiraba del recuerdo. Estaba en la punta de su lengua, pero no podÃa liberarlo.
Pánico. Eso es lo que una persona normal harÃa en esta situación. Despertar sin memoria y con una herida fÃsica, y cualquier ser humano racional se volverÃa loco. Pero ella simplemente se miró a sà misma. Por un largo momento, no pensó en nada. Su mente estaba en silencio, el apartamento estaba quieto. Ella estaba... vacÃa. Al mirar de nuevo a los familiares ojos marrones que habÃa conocido toda su vida, Aisha se dio cuenta de repente de que en realidad no le importaba lo que le pasara. No le importaba si vivÃa o morÃa.
¿Era eso normal? Estaba agotada hasta los huesos. Más allá de eso, hasta la esencia que conforma a una persona. Cerró los ojos. ¿Y si ella hubiera sido la que desapareció en lugar de Aiko? Entonces tal vez las cosas estarÃan bien en el mundo. La chica buena vive. La chica mala muere. ¿Era ella mala? Aisha abrió los ojos de golpe. ¿Lo era?
No estaba realmente segura de cuándo dejó de preocuparse por su bienestar o por qué. Aunque si tuviera que adivinar, tendrÃa que decir que tenÃa algo que ver con su madre o su infancia. La conexión entre los hijos y sus madres... una receta para la belleza o la locura. Y ella sabÃa que la suya era la última. No porque adorara a dioses diferentes a los de los demás, o porque disfrutara de las cosas oscuras, muertas y malditas del mundo. No porque a menudo se sintiera atraÃda por los villanos en sus historias o los asesinos en sus pelÃculas. Sino porque habÃa algo roto dentro de ella. Algo que su madre no habÃa intentado reparar. Y en el núcleo de esa ruptura, estaba el conocimiento de que si morÃa, serÃa lo más pacÃfico que jamás harÃa.
Aisha contuvo un sonido ahogado. ¿Por qué se habÃa permitido pensar eso? ¿Por qué se habÃa permitido admitir algo tan cierto? DolÃa. Joder, dolÃa. Se frotó el pecho, como si pudiera borrar los años de dolor que habÃa reprimido. Y la ausencia de Aiko dolÃa. Y el silencio de su vida le quemaba los oÃdos. Y el vacÃo de su apartamento le dolÃa. HabÃa demasiado malestar. Demasiado anhelo. Demasiado dolor, para que ella lo ignorara. Para soportarlo.
Aisha se desnudó por completo y encendió la ducha. No era del todo inusual para ella perder sus recuerdos. HabÃa leÃdo que la pérdida de memoria a corto plazo era un desafortunado efecto secundario de la depresión y, aunque no estaba diagnosticada, sabÃa que lo que le habÃa pasado a su corazón después de que Aiko desapareciera imitaba todos los signos clÃnicos. Demonios, habÃa sido asà incluso antes, pero Aiko ayudaba a mantenerla unida. Tal vez ese era el problema. Las personas no deberÃan depender tanto de los demás. Pero todo su mundo era la luz de su amiga. Sin ella, Aisha se sentÃa como si estuviera parada en la oscuridad.
Algunas noches se hundÃa tanto que realmente no podÃa distinguir entre los dÃas. A veces no estaba segura de si era de dÃa o de noche. Era casi un milagro que pudiera mantenerse al dÃa en su curso final. Gracias a los dioses, podÃa entrar en piloto automático.
Asà que, cuando lo pensaba, no estaba necesariamente lo suficientemente alarmada como para asustarse. Pero esto ciertamente era inusual, incluso para la depresión, porque tenÃa signos fÃsicos. Algo serio habÃa sucedido y no tenÃa memoria. Eso era muy diferente a perder un par de horas catatónicas en el sofá. Aisha comprobó la temperatura del agua y entró en el pequeño recinto caliente. Siguió con su rutina normal, afeitándose y luego exfoliándose. Notó el moretón azulado en su espinilla. También estaba sensible. Se lavó y frotó el cabello, todavÃa tratando de recordar algo.
Limpia y aún sin entender todas las piezas extrañas, Aisha se dirigió de nuevo a su armario, desnuda como el dÃa en que nació. No habÃa nadie alrededor para cubrirse.
—Bueno, eso ciertamente es un buen agradecimiento —una voz aterciopelada se derritió por la habitación. ConocÃa esa voz y en el segundo en que la reconoció, los recuerdos la golpearon como un camión. La biblioteca. Aisha se quedó congelada, levantando la vista hacia el intruso relajado que estaba tumbado en su sofá frente al televisor. Se agarró la herida en proceso de curación. Se tocó la espinilla. Nada de esto tenÃa sentido.
Imset la ignoró desde veinte pies de distancia. Técnicamente, él estaba en la sala de estar, pero en un estudio, todo era realmente un gran espacio. No habÃa nada que separara su forma desnuda de los ojos de él. Movió las manos para cubrir su cuerpo, chillando mientras se apresuraba a entrar en el armario. Él sonrió con suficiencia, volviendo su atención al televisor.
Dios santo. Jodidamente increÃble y salvaje. HabÃa un dios de la muerte en su sofá. Aisha se puso una camiseta sin mangas y unos pantalones de chándal antes de regresar a la habitación. No podÃa averiguar qué pensar o qué decir. Realmente lo habÃa hecho... habÃa invocado a un dios. Por un millón de razones diferentes, no podÃa dejar de mirarlo. Primero, tenÃa que ser el rostro más impresionante del mundo entero. Demonios, de toda la historia. Y él la miraba como si fuera chicle en sus sandalias. Segundo, no tenÃa ni idea de lo que pasarÃa si apartaba la vista. ¿DesaparecerÃa? ¿La matarÃa? Todo se sentÃa como una parte de novela romántica y dos partes de pelÃcula de terror. Y tercero, literalmente no podÃa mover su rostro.
El dios estaba con el pecho desnudo, cubierto solo por un delantal negro que se envolvÃa alrededor de su cintura—su increÃblemente fuerte y tonificada cintura—. Su rostro se sonrojó. DebÃa haberse golpeado la cabeza muy fuerte para ser tan estúpida como para mirar a un hombre que podrÃa matarla con un dedo. ¿Qué dedo? Dioses, probablemente ni siquiera necesitaba el dedo. ¡Ugh! Aisha se gritó a sà misma, ¡contrólate, por los dioses!
Aisha recorrió con la mirada las rastas castañas claras que él tenÃa atadas en una cola de caballo hasta sus ojos intensos. Esos ojos tampoco habÃan dejado de evaluarla. Oh dioses, ¿la estaba viendo mirarlo? ¿Estaba tratando de averiguar si era una idiota o no? ¿Estaba babeando? Aisha se obligó a dar un paso tembloroso hacia adelante. Ninguno de los dos habÃa hablado durante un tiempo incómodamente largo y eso comenzaba a afectarla.
Piel castaña clara perfecta, nariz afilada y proporcional, labios llenos rodeados por una barba recortada y regia. Lo recorrió con la mirada varias veces más, hasta sus sandalias negras. Él era... no habÃa esperado... No podÃa ni siquiera ponerlo en palabras.
—Gracias —susurró, sin saber realmente qué decir. No sabÃa qué decirle a un dios que la habÃa salvado de ser violada y asesinada. Si tuviera licor, le prepararÃa una bebida. Y si tuviera sentido común, se postrarÃa a sus pies. Pero no tenÃa ni licor ni sentido común, obviamente, asà que simplemente se quedó allÃ, incómoda.
—Me gustó más tu primer agradecimiento —se encogió de hombros, volviendo su mirada al televisor—. Aunque los pezones duros son un buen toque también. —Lo dijo de manera tan impasible que Aisha casi no lo encontró sexual. Casi. Se cruzó los brazos sobre el pecho mientras se acercaba a él.
—¿Cuál eres tú? —preguntó sin pensar, caminando alrededor del sofá desde atrás, rodeándolo.
—Adivina bien y no te mataré... hoy —sonrió oscuramente, sin apartar la vista del televisor. Esa sonrisa era una cosa de violencia y tan increÃblemente... nope. No iba a ir por ahÃ. Parpadeó para volver a concentrarse.
—¿Tengo derecho a alguna pista?
—No.
—Entonces debo adivinar tu nombre correctamente sin ninguna ayuda o me matarás —dijo, sacudiendo la cabeza con duda, finalmente dándose cuenta del tipo de situación en la que se encontraba. Un escalofrÃo la recorrió.
—Un poco lenta, ¿eh? Sigues preguntando lo que ya he explicado perfectamente.
Una idea la golpeó. Por un lado, él era claramente arrogante y disfrutaba jugando a costa de los demás. Pero por otro lado, no tenÃa ninguna duda de que la matarÃa sin pensarlo dos veces. Tal vez si lo provocaba de la manera correcta, lo suficiente como para obtener una reacción pero no tanto como para que le cortara la cabeza, podrÃa sacarle la respuesta. Se preguntó por qué mirar a la muerte a la cara la hacÃa sentir viva.
—Pero ya estoy muerta... —dijo, luchando contra la sonrisa que querÃa surgir. Esta era una idea terrible y, sin embargo, no podÃa detenerse.
Imset se giró hacia ella, mirándola como si fuera estúpida—. Entonces he perdido mi tiempo al venir. No hago tratos con los muertos.
—Pero... si no estoy muerta... quiero decir, la única forma en que esto tiene sentido es si estoy muerta... o esto es un sueño. Quiero decir... no puedes ser real —murmuró, exagerando. Su ojo se contrajo y supo que estaba funcionando. Definitivamente estaba retorcida.
Imset suspiró profundamente, un gruñido frustrado saliendo al final. ¿Por qué no estaba de rodillas suplicando? ¿Por qué no estaba gritando y llorando, como él esperaba que reaccionara? Los humanos a menudo lo llamaban, pero rara vez lo manejaban bien cuando realmente llegaba. Ella, sin embargo, lo estaba sorprendiendo. Estudió su alma y se detuvo. ¿Cuántos años tenÃa? Un pulso de calor lo recorrió. ¿Cuánto tiempo habÃa pasado desde que habÃa visto a una mujer de su edad intacta?
Como si no pudiera comprender nada, Imset comenzó a hablar sin pensar—. No estás muerta. No estás soñando. Estás en la presencia muy real de Imset, el hijo iracundo de Horus el divino. Dios del sur y de la muerte violenta.
Aisha intentó y no pudo reprimir una nueva sonrisa mientras él estudiaba su rostro—. SÃ, señor Imset —susurró, bajando la cabeza en señal de deferencia. HabÃa sido demasiado fácil aprender su nombre. Demasiado fácil. Cuando levantó la mirada, vio la sorpresa en él antes de que saltara del sofá y le envolviera una mano alrededor del cuello. Sus movimientos fueron tan fluidos que apenas pudo seguirlos antes de que él estuviera sobre ella. Sus manos eran anormalmente cálidas, irradiando un calor que podÃa sentir en su pecho. Aisha luchó por mantenerse entera. La presión era estimulante, el momento en sà tan surrealista que no podÃa evitar sonreÃr. Realmente habÃa invocado a un maldito dios y él era real, lo suficientemente real como para aplastarle la tráquea. DeberÃa haber estado asustada, pero todo lo que sentÃa era emoción.
—Eso fue astuto, niña. Y no me gustan los astutos... aunque, ¿no tienes suerte de que no tenga que gustarme para hacer un trato contigo? —Imset golpeó su cabeza contra la pared una buena vez. Su visión giró lentamente antes de volver a estabilizarse. ¿Niña? ¿Cuándo fue la última vez que alguien le dijo eso? Pensaba que la mayorÃa de los dÃas parecÃa de su edad. No, veintidós no era viejo, pero seguramente no era material de niña. De hecho, se sintió bastante ofendida.
Entonces, pensó, él era una deidad antigua. Para él, probablemente era demasiado joven para saber algo. Demasiado joven para siquiera ser un punto en su radar. Y, sin embargo, la habÃa estudiado abiertamente unos minutos antes. Debió haber visto algo que le gustaba. O al menos algo que le hizo detenerse... ¿querÃa eso? ¿Ser gustada?
Imset mostró sus dientes perfectos, exhalando un aliento dulce sobre su rostro. Su corazón martilleó, se detuvo y luego volvió a latir. Él podÃa sentirlo contra sus dedos.
Imset se inclinó, notando el golpeteo de su pulso contra su palma. Sus pupilas se dilataron. Dioses, realmente no habÃa sido tocada antes, ¿verdad? ¿Por qué su boca se secó de repente? No. PodÃa ser obligado a tomar su vÃnculo por su padre, pero nadie podÃa obligarlo a ir más allá. Y no lo harÃa. No más malditos errores. Al diablo con su virginidad y su piel cálida. Apretó su agarre. SerÃa tan jodidamente simple simplemente...
—¿Estamos n-negociando? —Aisha logró decir a través del aumento de presión en su garganta.
—No, niña estúpida. Te estoy diciendo los términos de nuestro contrato. En el momento en que te ofreciste en oración, acepté. El contrato ya es vinculante. Mataré a tus enemigos, pero a cambio, me servirás. —Si la palabra servir fuera una serpiente, la habrÃa mordido. Asà de desprevenida la tomó. Simplemente no esperaba que sonara tan sugerente. Y obviamente no era su intención porque la miraba abiertamente con desdén.
Imset acarició con el pulgar su moretón, demorándose. ¿Por qué ella? ¿Por qué su padre la habÃa elegido? Nunca era tan informal con un humano, pero en su presencia, sentÃa que su pretensión se deslizaba. Eso no servirÃa. Levantó sus barreras de nuevo.
—Si puedes sobrevivir para servir el resto de tu miserable vida mortal. Pero basándome en tus jueguitos, probablemente me veré obligado a matarte —le ladró mientras su pulgar se calentaba para sanar.
El dolor de su cabeza se disipó, dejando una sensación de relajación que se asentó en sus hombros. Aisha se inclinó más cerca y él la dejó, aflojando su agarre en su garganta. Su padre habÃa hecho esto por una razón.
—Ya me arrepiento de esto —gruñó, soltando la garganta de Aisha tan rápido que ella cayó de rodillas con fuerza. No le dio oportunidad de moverse, empujando su mano cálida por sus pantalones de chándal para sostener su espinilla. Ella jadeó y luego el calor la relajó de nuevo. Retiró su mano lentamente, abriendo y cerrando el puño mientras ella se desplomaba contra la pared. Dioses, eso se sintió...
—Nunca he tenido un sirviente antes —dijo—. Apenas sé qué pedirte.
A decir verdad, Aisha no tenÃa idea de lo que él pedirÃa como pago por su ayuda, aunque no podÃa mentir y decir que no habÃa esperado que lo hiciera gratis. Eso parecÃa un pensamiento ilusorio. Incluso viéndola casi violada y sangrando en el suelo, no sentÃa ningún deseo de vengarla por su cuenta. HabrÃa estado igual de bien dejándola allÃ. Ya lo habÃa dicho. Comparado con una muerte espantosa, la servidumbre era una oferta excepcional. A cambio de borrar a esos imbéciles de la faz de la tierra, su vida parecÃa un intercambio justo. Y en toda honestidad, sin Aiko, su soledad probablemente la matarÃa de todos modos. ¿Por qué no servir a un dios? ¿Por qué no valer algo? Reprimió ese dolor profundo. No pensarÃa en su valor.
Imset hizo una cara expectante mientras esperaba algún reconocimiento de que ella lo habÃa escuchado—. ¿No vas a gritar? ¿O correr? Tu tipo usualmente corre... o suplica. Estoy diciendo que me servirás hasta que mueras, ya sea de forma natural o por mi mano...
—Acepto los términos siempre y cuando yo decida quién, dónde, cuándo y cómo —retrocedió, extendiendo su mano para un apretón de manos—. Me honra ser elegida.
Imset rodó los ojos de manera amenazante, cerrando la mandÃbula con fuerza y caminó de regreso al sofá. Nunca habÃa tenido un mortal que reaccionara asÃ. ¿Estaba feliz de ser elegida? La servidumbre, especialmente bajo un dios, no era una tarea pequeña y, sin embargo, ella básicamente le habÃa dado las gracias. No serÃa fácil y la mayorÃa de los dÃas probablemente desearÃa haber elegido la muerte... y aún asÃ, ¿un honor?
—No fuiste elegida, niña estúpida, al menos no por mÃ. Y créeme, ya le he hecho saber a mi padre exactamente lo descontento que estoy con tu presencia. Ten por seguro que no te lo pondré fácil. Tendrás suerte de sobrevivir. De todos modos, te permitiré controlar esos pequeños aspectos. Asà que el trato está hecho. A partir de ahora, estás atada a mÃ. Y me aseguraré de que te arrepientas de cada minuto.
¿Por qué su reacción lo irritaba? Seguramente, ella simplemente estaba fingiendo ser fuerte. Seguramente, debajo de su rostro calmado, estaba petrificada. ¡Él era un dios de la muerte! ¡Un dios de la muerte que inducÃa miedo, maldita sea! Y ella simplemente se sentaba allà negociando y diciendo que estaba honrada. Tonta. Una maldita tonta de humana. Cambió el canal de la televisión con enojo, buscando en su ahora frÃo tazón de palomitas. Su padre habÃa elegido mal.
—¿Qué estamos viendo? —preguntó ella, dejándose caer en el otro extremo del sofá. Enroscó sus piernas hacia un lado, casi tocando su pierna con los dedos de los pies. Sus ojos se cerraban somnolientos. Tal vez habÃa usado demasiada magia curativa en ella.
—NO estamos viendo nada. Yo estoy viendo algo. Ve a acostarte o toma otra ducha. Haz cualquier cosa que implique que no estés aquÃ.
—No necesito hacerlo. Y eso es aburrido. ¿Por qué harÃa otra cosa cuando tengo a un dios literal sentado en mi apartamento? Estoy segura de que tienes un millón de otros lugares donde estar. Pero, tengo tantas preguntas... —Sus ojos marrones parecÃan chispear fuego a la luz del televisor y él lo odiaba.
—No me hagas matarte... N-no sé ni siquiera qué nombre llamarte, humana. ¿Cuál es?
—Aisha, señor Imset. Es un placer servirle. —Él fingió no escuchar un doble sentido.