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Desde el principio

Soren se levanta y camina hacia la pila de mantas esparcidas en el suelo húmedo. Mantas que aún huelen a él, a nosotros. Saca un cuchillo de la mochila, deslizando el filo sobre su palma—no lo suficiente como para romper la piel, pero sí para sentirlo, probablemente imaginando su propia muerte a man...