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Sentía las lágrimas quemar la piel de mi rostro y estaba segura de que me había puesto roja de la ira que me consumía como respirar.

—Niña, te ves tan exquisita con ese atuendo —el tipo que lo acompañaba me acarició la cara, mientras él permanecía en silencio, indiferente; como si lo que estaba mirando fuera un mero objeto.

Fruncí el rostro con disgusto, tensando la mandíbula hasta escuchar el rechinar de mis dientes.

—¡Maldito bastardo, eres un pedazo de mierda asqueroso y repugnante...! —intenté lanzarme sobre él, matarlo con mis propias manos, pero los hombres que me sujetaban eran mucho más fuertes y, por más fuerza que intentara sacar, no podía superarlos, ni siquiera si estaba tan débil—. ¿Cómo demonios pudiste venderme? ¿Cómo pudiste hacer esto? —pregunté herida, incapaz de creer que el hombre que una vez pensé que podría ser el amor de mi vida, estuviera involucrado en mundos tan oscuros y tuviera la capacidad de hacer algo así a un ser humano.

Me iban a vender, me tocaron por todo el cuerpo hasta el punto de que me sentí sucia y todo mi ser estaba expuesto, cualquier persona podía verme. Era presa de criminales, al igual que otras mujeres que estaban pasando por el mismo infierno. Sin embargo, estaba segura de que ella no estaba siendo devorada por el Diablo desde dentro por haber sido vendida por su novio.

Ella me había condenado.

—Es negocio, preciosa. Eres una pieza valiosa en un mercado muy oscuro y tenía una deuda que me iba a costar la vida; era solo elegir una de dos —aclaró Mauro, con una seriedad que me comía el alma, pero por un momento lo vi hacer una expresión fatídica, como si estuviera tratando de ocultar algo; como si tuviera miedo, pero luego volvió a su posición anterior tan pronto como el hombre habló de nuevo.

—Negocios, son más importantes que el estúpido romanticismo de las mujeres.

—Preferiste matarme, eres un egoísta de mierda y te vas a pudrir en el infierno —sentencié agresivamente hacia Mauro, mientras me arrastraban hacia el interior de la habitación, donde estaba la primera mujer a la que me habían llevado.

Tenía tanta rabia acumulada en el pecho, que me juré a mí misma que iba a escapar de quien fuera mi captor y volver a encontrar a Mauro, aunque estuviera en el agujero más profundo del mundo; así como él me puso en la línea de la muerte, yo iba a matarlo con mis propias manos.

Cuando volví a ser consciente de mi realidad, me vi frente a un espejo, mientras me maquillaban después de haberme limpiado las lágrimas y haberme puesto gotas en los ojos, porque se habían puesto rojos como la sangre.

La chica me miraba con curiosidad; no parecía tan peligrosa como las otras con las que me había cruzado.

—¿Qué? —pregunté.

—Nada, es solo que, a diferencia de todas las chicas que he visto, tienes una cara muy dura —dijo—. Incluso pareces que matarías al que más apueste por ti.

—Estoy condenada por culpa de mi novio; la muerte es una misericordia —sentencié, tensando la mandíbula y ella abrió los ojos.

—No te conozco, pero te aconsejo que no dejes que ese lado tuyo se muestre; podría presentarse como un riesgo para la industria y podrías ser asesinada al salir de esta habitación —comentó, terminando de arreglarme el cabello—. Nadie quería este destino, pero si quieres sobrevivir, adaptarse siempre es la mejor opción.

—Ninguna es la mejor opción, no debería estar aquí, nadie, ni siquiera tú, ¿te parece correcto esto? —fruncí el ceño con molestia y ella bajó la mirada.

—Mi esposo es socio en este comercio y no tengo familia —confesó—. Él es lo único que me queda. Tuve que entrar en este mundo por obligación, he visto cosas que no puedes imaginar y por eso te digo que es mejor si te adaptas —suspiró—. O podrías terminar muerta —se alejó de mí, tocando la puerta—. Apunta a ser la mejor de la apuesta; los hombres con más poder, pueden ser más vulnerables.

Los hombres que me habían sujetado volvieron y me sacaron a la fuerza. Afortunadamente, Mauro ya no estaba allí, o habría intentado matarlo con el pequeño pincel que había tomado de la chica.

Por más triste e injusta que me pareciera su historia, era mi vida y no estaba dispuesta a ser la víctima de un hombre desequilibrado. Ella no estaba en mi lugar; estaba a punto de ser vendida como un premio a ganar.

Mi corazón se detuvo en cuanto mi amiga Lexi apareció frente a mis ojos, a un pasillo de distancia de mí, con otras personas sujetándola.

—¡Lexi! —grité a todo pulmón y ella levantó la cabeza sorprendida.

—¡Evie, ayúdame! —suplicó, mientras comenzaba a llorar, pero no tuve tiempo de decir nada, ya que la arrastraron a una habitación al lado de la mía.

Mi alma volvió a mi cuerpo al saber que al menos ella estaba viva, pero eso no quitaba el hecho de nuestro destino; ambas estábamos vestidas con lencería, aunque ella parecía tener algunos moretones en los hombros.

La luz me cegó los ojos y en cuanto me acostumbré a ella, me di cuenta de dónde estaba. El sonido de voces masculinas y risas alrededor de la habitación, donde estaba metida en una caja de cristal, aceleró mi pulso.

No podía distinguir a los hombres en las sillas, ni sus rostros, ya que la luz estaba dirigida hacia nosotras, pero estaba claro que eran ellos; bebían como si fuera una fiesta cotidiana, pero comenzaron a bajar el volumen cuando notaron nuestra presencia.

Me sentía tan descubierta y sucia, no podía creer lo que estaba pasando.

«Apunta a ser la mejor en la apuesta; los hombres con más poder, pueden ser más vulnerables.»

Una presión imparable dominaba mi cuerpo y traté de mantener el control, ya que no tenía otra opción. No era como una película, donde encontraría la manera de salir o me encontrarían; estaba condenada y era el mundo real.

No era como los libros que escribía en la oscuridad de mi habitación, como ilusiones rotas en la vida cotidiana y aburrida que llevaba.

Antes de que comenzáramos, un hombre se apresuró a atar nuestras manos en una línea al techo.

—Bueno, señores, es hora de empezar —dijo una mujer por un altavoz—. Comenzamos la subasta con nuestra categoría premium, dejando el premio más delicioso para el final —terminó de decir y una luz se dirigió directamente a una de las mujeres. Tragué saliva, mientras las demás se ponían nerviosas—. Comenzamos con veinte mil dólares.

Mi estómago se contrajo mientras llevaban a las chicas una por una, en cada subasta, donde el precio seguía subiendo y subiendo y yo estaba al final, sin idea de qué hacer o qué me esperaba después de esa noche.

Mi corazón comenzó a latir como loco en cuanto la luz cayó sobre mí y podía sentirlo palpitar, dejándome casi sin visibilidad.

—Y para nuestra primera sesión, una virgen, que además de eso, podría escaparse entre mis dedos —dijo la mujer, antes de escuchar mi voz junto con la de mi mejor amiga cuando estábamos escapando esa vez. A un lado pude notar que estaban mostrando un video de una cámara de seguridad y allí estaba yo, corriendo y esquivando autos. Lo cual realmente no resultó en nada.

Todo fue planeado y calculado por Mauro, podían vernos todo el tiempo.

—La apuesta comienza en seiscientos mil dólares, ¿quién da más? —preguntó y vi cómo un hombre levantaba la mano—. Seiscientos mil dólares, ¿quién da setecientos mil? —vi de nuevo cómo otro hombre levantaba el brazo—. Setecientos mil a la una...

—Un millón de dólares —escuché la voz de uno de los presentes y mi piel se enfrió.

—Vaya, un millón para el hombre del chaleco marrón, ¿quién da dos millones? —preguntó y siguieron levantando las manos—. Dos millones, ¿quién da tres?

—Yo.

—¿Quién da cuatro?

—Cuatro millones cincuenta mil —escuché otra voz.

—Bueno, ¿quién da cincuenta mil más? —se burló la mujer.

—Diez millones —el mismo hombre de la primera vez volvió a ser el primero, aún sin saber quién era, pero tuve una sensación desagradable al escuchar su voz ronca.

—Diez millones de dólares para la joven, que resultó ser más valiosa para nosotros de lo esperado. ¿Quién da once? —preguntó, sin embargo comenzaron a dudar, dejando a este hombre que no me parecía bien—. Diez millones a la una, diez millones a las dos, diez millones a...

—Cincuenta millones de dólares, en efectivo —dijo una voz profunda en el fondo de la sala, poniendo a todos en silencio, por la exorbitante cantidad que apostó.

La mujer que podía ver a medias se quedó en blanco, y todos los presentes también. No tenía idea de quién era, y mucho menos que esto era el comienzo de una montaña rusa sin fin a la vista.

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