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— Evie —

Por un momento, en medio del vacío y la oscuridad en los que había caído sin remedio, mis sentidos se activaron de nuevo por la sorpresa, después de haber revivido en mi mente una y otra vez los últimos momentos antes de caer presa de la mala suerte.

Mi respiración era pesada y sentía que podía dejar de respirar en cualquier momento, ya que no había luz cuando abrí los ojos por ese milisegundo; algo estaba alrededor de mi cabeza que no me permitía distinguir mi entorno y el ardor en mi cuello me distraía.

Sentí como si hubiera parpadeado y al siguiente momento me encontré en una habitación desconocida, sin embargo, lo único que llamó mi atención de su decoración fueron las mujeres allí, acostadas en camas inconscientes.

Estaba en un sofá, junto a una chica que no era Lexi y mi corazón empezó a volverse loco de preocupación, sin embargo, cuando intenté moverme mi cuerpo no resistió la debilidad y caí de nuevo en la oscuridad como si hubiera sido sometida.

No tenía idea de lo que estaba pasando y la poca fuerza que tenía no me servía de nada.

¿Por qué había más mujeres allí?

Respiré hondo cuando volví en mí, cerrando los ojos con fuerza después de haber tenido una luz fuerte en mi cara, como si me estuviera quemando después de haber estado quién sabe cuánto tiempo inconsciente.

Líquido frío envolvía mi cuerpo, mientras intentaba concentrarme en una cosa y reaccionar a mi entorno. Jadeé al sentir varias manos envolviendo mi cuerpo; solo sentía la tela de mi ropa interior cubriendo mi cuerpo y cuando abrí los ojos vi a dos mujeres con miradas que no me resultaban muy gratificantes, aplicando jabón en mi cuerpo y cabello, mientras me bañaban sentada, ya que no podía moverme.

Una de ellas puso sus manos en mi intimidad y por más que intenté apartarla, nada la alejaba. Depilaron cada área que pudieron con cera, incluso las privadas.

En medio del llanto por no tener suficiente fuerza para defenderme, me llevaron a una habitación donde me pusieron un traje de encaje que podía mostrar perfectamente todo mi cuerpo, solo cubriendo las áreas íntimas.

Mi corazón quería salirse del pecho tan pronto como me vi en el espejo, tan asquerosa y desconocida, como si la mujer que conocía hubiera desaparecido.

¿Dónde estaba y por qué me habían vestido así?

Después de unos minutos seguían trayendo al mismo lugar a varias mujeres que estaban igual o peor mortificadas que yo, con la misma lencería.

Sin embargo, ninguna de ellas era Lexi.

—Coman chicas, el espectáculo comenzará en media hora —entró un hombre con una peluca rosa y maquillaje excéntrico, llevando platos de lo que parecía comida en sus brazos.

Mis instintos luchaban por no ceder, pero era obvio que había soportado el hambre y como un caníbal rogaba por calmar ese antojo, sin importar qué fuera o a qué supiera.

—Aunque sé que todas están confundidas y deben estar mortificadas por saber lo que está pasando, voy a informarles algo rápidamente —dijo—. Ustedes son el pequeño grupo premium; mujeres dignas que valen más que una industria textil —cruzó los brazos, con una sonrisa—. Los oscuros magnates de países extranjeros, esos que engañan con su buena apariencia, están esta noche en la tercera subasta de mujeres juveniles y la primera, donde verán una puja millonaria por una virgen —sentenció, desviando sus ojos marrones hacia mí. Mi pecho se hundió y todos a mi alrededor me miraron.

Mi pulso se disparó agresivamente, tan pronto como el hombre salió de la habitación convencido de algo que no tenían manera de saber.

No era virgen, solo había hecho creer eso a mi novio, y además, iban a subastarnos como si fuéramos objetos, a hombres desconocidos, como si nuestras vidas no valieran nada.

El llanto no solo me dominó, sino que inició un mar de tristeza y terror alrededor de la habitación. La preocupación de no saber absolutamente nada sobre mi mejor amiga, incluso si intentaba preguntar a las mujeres que estaban conmigo; algunas de ellas incluso hablaban otros idiomas.

Mis padres ni siquiera sabrían de mi desaparición, porque fui yo quien cortó el lazo que nos unía desde que los dejé. Mi novio era la única persona que me quedaba y aunque esperaba que le importara, en un mundo como ese, donde nuestras vidas ni siquiera valían la pena, seguramente nunca podría encontrarme.

—Escuché que algunos de ellos, después de usar a las mujeres hasta el agotamiento, las mataban y desaparecían sus cuerpos —dijo sollozando una detrás de mí y el ensordecedor latido de mi corazón se escuchaba por encima de su voz, como si el dolor y el miedo me estuvieran superando.

Así que ese era mi destino. Por eso había comenzado una nueva vida lejos de mis padres; para convertirme en un objeto de subasta para hombres despiadados, peligrosos y retorcidos.

—Todas vamos a morir.

Ni siquiera pude mirar a la mujer que había dicho eso, cuando la puerta se abrió de par en par unos minutos después y varios hombres y mujeres entraron, precedidos por lo que parecía ser su líder; una señora de complexión ancha, vestida de manera un poco aterradora y con un maquillaje que no combinaba en absoluto con el color de su ropa.

—Lleven a una por una a maquillarse y pónganlas en la caja. Ya sabemos que están llorando y rogando al cielo por su salvación, pero es hora del espectáculo y deben ir a maquillarse como pequeñas criaturas inocentes —ordenó y vi cómo dos hombres agarraron mis brazos para que no pudiera resistirme. Ya me sentía más fuerte que antes porque había comido, pero no lo suficiente como para hacer un acto de misión imposible y escapar con un plan fríamente calculado.

En medio de los gritos de resistencia, fui arrastrada detrás de una morena por un pasillo no tan agradable. De todos modos, todo allí, incluso la comida, me parecía aterrador.

Me mantuvieron de pie frente a una puerta, sin embargo, una voz que podría reconocer incluso en medio de un concierto, llamó mi atención.

Mi corazón se volvió blanco con sangre venenosa, llena de ira.

—La subasta comienza con la preciosa criatura que nos diste —dijo el hombre—. La deuda que cargaba tu vida se saldó con una virgen, que desafortunadamente era tu novia, pero así es este negocio, chico. Una soga se ata alrededor de tu cuello y nunca te suelta —añadió, girándose para mirarme, mientras mis ojos verdes se bañaban en lágrimas de rabia.

—Mauro.

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