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Capítulo veintitrés

Alcanzando su mano, crucé el agua, no sumergiéndome en el frío, sino atravesándola. Colocando mi mano en la suya, caminamos, le hablé como si la hubiera conocido toda mi vida, como lo harías con tu tía favorita en una reunión familiar. Le conté lo que había sucedido y por qué lloraba. Su nombre era ...