




Prólogo
Nyla
—Te quiero.
—Te necesito.
—Te anhelo.
—Te deseo —dije con las manos atadas a mi espalda mientras él sostenía un puñado de mi cabello.
—¿Qué necesito de ti, Diosa? —Heinrich, con su voz fuerte y dominante, penetrando hasta mi núcleo. Con su pulgar en mi trasero y tres dedos dentro de mi coño empapado, arqueé la espalda de placer y dolor, grité—: ¡Mi sumisión!
Me quedé allí, sin aliento en mi desnudez. Él tenía una forma de quitarme el aliento solo con estar en la misma habitación. Estaba completamente vestido con su traje azul marino oscuro y corbata roja sangre, sentí la tela contra mi pecho desnudo. Se inclinó y aspiré su aroma a sándalo. Su dedo índice comenzó a acariciar mi labio inferior, abrí la boca. Lo quería dentro de mí, ya fuera en mi boca, mi coño o mi trasero.
—Diosa, eres tan buena en esto y ahora eres mía. Me perteneces a MÍ —dijo mientras gemía en mi boca. —Sí, mi Rey, te pertenezco —logré decir, mientras sentía que me desmoronaba. Solo haría falta un toque y su permiso y sería un desastre húmedo y desordenado. Mi cabello estaba en un moño desordenado, justo como a él le gustaba. Le encantaba cuando dejaba que mechones de mi cabello cayeran alrededor de mi oreja y la nuca.
Heinrich tomó un puñado de mi cabello y me besó, fuerte y profundo. Mantuvo mi cabeza hacia atrás hasta que nos miramos directamente a los ojos. —¿A quién perteneces? —dijo mientras seguía sosteniendo mi cabello, obligándome a mirarlo directamente a los ojos. —A ti, mi Rey —dije mientras una lágrima caía por la esquina de mi ojo derecho. Heinrich tomó su lengua y la lamió. El suave zumbido del vibrador en mi clítoris me estaba llevando al límite.
Sus caricias rudas y el sabor de nuestras bocas eran mi dicha. —Por favor, señor, ¿puedo correrme? —dije mientras comenzaba a besarme la mejilla hasta llegar a mi boca caliente y húmeda. Su polla presionando contra mi vientre se sentía como una daga, lista para cortarme con el más ligero empuje. Pero él no le prestó atención, como si no estuviera allí. Con un susurro en mi boca dijo —Córrete, Diosa —y obedecí.
Convulsionando contra él mientras comenzaba a acariciar mi clítoris con sus dedos intrusivos. Mientras me corría, jadeé —Gracias, mi Rey.