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Llévala a mis aposentos

Las manos del guardia seguían sujetándome, impidiéndome alejarme de ellos, pero el miedo recorría mi piel y me sentía débil con algo que no era dolor. Quienquiera que fuera ese hombre, era temido seriamente. Yo también le temía cuando lo vi en el club. Cuando los guardias no respondieron de inmediat...