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Capítulo treinta y uno

Me doy la vuelta y lo encuentro en calzoncillos grises y nada más, sentado en el borde de la cama mirándome. Rápidamente desvío la mirada y hago una rápida oración para no caer en la tentación. Me quedo allí como un ciervo atrapado en los faros y espero más instrucciones, sin tener idea de qué hacer...