




Prefacio
Prólogo
Entré en la oficina del Dr. Miller con los nervios de punta, hoy se suponía que sería la primera vez en mi vida que iría a ver a un ginecólogo. Ya había reservado la cita para hoy, pero eso no me hacía sentir menos nerviosa. Fruncí el ceño sin ver a nadie cerca, ni en los asientos de espera ni a la secretaria, así que fui directamente a la puerta del doctor, estaba entreabierta, dudé por un momento, sintiendo por medio segundo que era una película de terror donde el asesino estaría detrás de la puerta, pero esto era la vida real, esas cosas no pasaban...
...eso esperaba.
Me asomé observando que había alguien dentro de la oficina, juzgando por la bata blanca colocada sobre los pantalones, la camisa y los zapatos negros y por el estetoscopio alrededor de su cuello; imaginé que era el Dr. Miller, mi ginecólogo.
—Hola —murmuré para que notara mi presencia, el doctor estaba muy concentrado sentado detrás del escritorio, de repente levantó la vista, fijando su mirada en mí y me quedé atónita por un momento.
Maldita sea, no esperaba que fuera tan guapo, mucho menos que tuviera una mirada tan profunda, casi sentí que me atravesaba.
—¿Cómo puedo ayudarte? —dijo el doctor levantando una ceja con interés, sus ojos dorados en una mezcla entre verde y bronce, eran intensos y llamativos, me distraje por un momento casi tratando de ver si era mi mente la que exageraba por su belleza o realmente era un dios del Olimpo reencarnado.
¿Lo peor de ir al ginecólogo por primera vez? Que el ginecólogo fuera tan hermoso como una pintura del Arcángel Miguel.
Mi madre no me advirtió que su ginecólogo era joven y guapo, de hecho, me lo imaginaba mucho mayor con gafas y una barriga cervecera, por extraño que sonara.
«Solo mantén la calma y haz lo que viniste a hacer, Nube».
—Tengo una cita, yo... —me interrumpí mientras entraba a la oficina nerviosa y caminaba hacia la mesa, mirando la bata blanca colgada allí—. Es la primera vez que voy a hacer esto, pero mi mamá me explicó que el procedimiento para una virgen es más fácil, es decir, no tienes que poner nada en mi vagina, eh...
Reí nerviosa mientras desabrochaba los botones de mis pantalones y los bajaba, dejándolos a un lado, quedándome en mis bragas, evitando el contacto visual con el doctor, todo esto ya era lo suficientemente embarazoso, solo quería irme, que revisara lo que tenía que revisar; que me recetara el tratamiento para lo que fuera que tuviera y finalmente poder salir de aquí.
—Cuanto más rápido colabores, más rápido harás todo, supongo —seguí hablando conmigo misma, quitándome la camisa, quedándome en mi sostén a juego, un problema que tenía desde pequeña; cuando estaba nerviosa, hablaba sin parar diciendo tonterías y reía como una completa histérica por todo.
Me puse la bata blanca y terminé de quitarme el sostén y las bragas, quedándome completamente desnuda para acostarme en la camilla, ajusté la tela y coloqué mis manos en mi abdomen con los ojos en el techo esperando que el doctor guapo hiciera su trabajo.
Lo noté levantándose de su asiento, lo miré mientras caminaba hacia mí lentamente, casi como si quisiera asegurarse de que no era una loca que había entrado de la nada, no tenía otra expresión que su cara seria, algo curioso.
—Primero —dijo el doctor, y pude notar que su voz era realmente profunda—, cálmate.
¿Calma? Calma era lo último que podía tener estando en el ginecólogo por primera vez, es decir, alguien iba a ver mi vagina.
—Está bien —murmuré, sintiendo mis manos y pies congelados por los nervios, mi corazón acelerado, solo quería que me revisara rápido.
—En segundo lugar —continuó el doctor—, creo que estás equivocada.
¿Equivocada? ¿Equivocada de qué?
No entendía.
—¿Equivocada? —repetí—. No, tengo una cita a las 7 a.m., contigo, Dr. Miller, se lo dije a su secretaria cuando reservé la cita por teléfono, pero creo que ella no ha llegado.
Me parecía poco profesional que la secretaria llegara después del doctor.
El doctor siguió mirándome como si entendiera todo lo que estaba pasando aquí.
—No ha llegado porque abro a las 8 en punto —me explicó lentamente como si tuviera algún tipo de problema para escucharlo—, y no soy el Dr. Miller, soy el Dr. Parker, no soy ginecólogo, soy pediatra, entraste en la oficina equivocada.
Me congelé procesando lo que acababa de decirme.
Mi leona interior huyó aterrorizada por haber entrado y desvestido en la oficina equivocada.