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Capítulo dieciocho

Tempestad

—No llamó —digo después de abrocharme el cinturón en el coche de Sargent—. No envió un mensaje, no llamó, no mandó una paloma...

—¿Una paloma? —Él sonríe, colocando su mano en mi muslo después de poner el coche en marcha.

—O un búho.

—Un búho —imita mi acento, así que le doy un gol...