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22 ¡Te odio!

La luz blanca en el estudio era cegadora, y sabía que mi padre me estaba esperando en una silla detrás del escritorio. Las arrugas en su rostro se profundizaban con el paso del tiempo, pero su corazón cruel no cambiaba en absoluto.

Cuanto más me acercaba a la mesa, más frío sentía.

Cuando era niña...