




Capítulo uno
Anaiah Pov
Me llamo Anaiah Ross. Soy la loba más odiada de la manada porque cuando me transformé en loba por primera vez, maté a Tomas Rivers, el hermano de nuestro alfa. Intentó violarme. Tomas era un pedófilo que solía tocarme de la manera más inapropiada cuando nadie miraba. Por eso no me arrepiento de haberlo matado.
Desde ese día, la manada me ha estado maltratando y acosando. Me golpean, me dejan sin comer y me hacen limpiar la casa de la manada día tras día. Intenté decirles que fue en defensa propia, pero no me escucharon y la esposa de Tomas, Leah, negó todas las acusaciones y dijo que su esposo era el mejor y más perfecto hombre, pero sé que ella sabe la verdad.
Incluso mis padres me dieron la espalda porque, después del asesinato, fueron degradados de su estatus de gamma a Omegas. Los Omegas son considerados el eslabón más débil de la manada, otros son fuertes, pero la mayoría de ellos solo son limpiadores y ayudan en la manada. No tienen un papel importante, como luchar en guerras o en asuntos políticos importantes de la manada.
—¿Dónde está esa perra? —se burla Leah. Pongo los ojos en blanco porque, de todos aquí, ella hace de mi vida un infierno. Se suponía que debía ser desterrada después de matar a Tomas, pero mis padres suplicaron y pidieron por mí, diciendo que era mi primera transformación y que simplemente perdí el control.
Salgo de mi diminuta habitación, es muy pequeña y casi un viejo armario, al lado del almacén en el segundo piso. Hay un colchón y un espejo roto. Solo tengo unas pocas ropas, zapatos y una colección de mis libros favoritos.
Salgo de la habitación, preparándome mentalmente para todos los insultos y golpes que voy a recibir. Gimo. Una vez en la sala principal, veo a Leah de pie elegantemente con un vestido largo y tacones, una mano en la cadera mientras golpea el suelo con el pie impacientemente, la otra mano sosteniendo una tela amarilla que me lanza a la cara tan pronto como estoy a su alcance. La quito de mi cara y la tiro al suelo, molesta.
—Eh... —digo señalando el vestido en el suelo. Leah parece furiosa ahora y no esperaba que me abofeteara, no, sí lo esperaba. Me abofetea fuerte en la cara y la sangre salpica de mi nariz mientras caigo al suelo por el impacto de su golpe. Me patea una vez más en el estómago y gruño.
—¡Te dije que lo lavaras a mano! —grita. Me cubro la cara con los brazos mientras recibo golpe tras golpe. Ha sido así desde que su esposo murió y estoy aquí para recibir todo su odio.