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UNO

Lyra caminaba con pesadez por los pasillos de su escuela secundaria, con la mochila colgada pesadamente sobre su hombro. Esa mañana se había despertado con una sensación de temor en el estómago, sabiendo que tendría que enfrentarse a sus acosadores una vez más.

Al doblar una esquina, los vio. Kian, Ace y Jared. Los Alfas del reino de los hombres lobo, imponentes con sus anchos hombros y cuerpos musculosos. La miraron con desprecio, sus labios curvándose en una mueca de disgusto.

—Miren quién es, chicos —dijo Kian, su voz goteando malicia—. La pequeña humana que piensa que puede caminar por nuestra escuela como si fuera su dueña.

Lyra intentó pasar junto a ellos, pero Kian se interpuso en su camino, bloqueando su paso. —¿Qué pasa, niña? —dijo, su aliento caliente en su rostro—. ¿Tienes miedo?

Ace y Jared se rieron detrás de él, incitándolo. El corazón de Lyra latía con fuerza, sus palmas sudorosas. Sentía que iba a vomitar.

De repente, Kian extendió la mano y agarró su mochila, arrancándola de sus hombros y tirándola al suelo. Los libros se derramaron por el piso, esparciéndose en todas direcciones.

Los ojos de Lyra se llenaron de lágrimas mientras se apresuraba a recoger sus cosas. Podía escuchar a los chicos riéndose detrás de ella, sus crueles burlas resonando en sus oídos.

Finalmente, logró recoger todo y alejarse tambaleándose de ellos, con lágrimas corriendo por su rostro.


Tan pronto como llegó a casa, se desplomó en su cama y sollozó. ¿Por qué tenían que ser tan crueles con ella? ¿Qué les había hecho ella? Lyra tenía una razón más para desear no haber nacido en una familia tan pobre como la suya, o al menos en una familia poderosa como la de los tres hermanos, porque si ese fuera el caso, no habría manera de que su situación resultara como estaba.

Pero sus lágrimas fueron interrumpidas por un golpe en la puerta. Se levantó de un salto, secándose los ojos con el dorso de la mano, y abrió la puerta para encontrar a su padre allí.

—Hola... papá... —estaba a punto de saludarlo, pero sus palabras se detuvieron de inmediato por un rápido gesto de su mano.

—Lyra, necesito que vengas conmigo —dijo, su voz urgente.

Lyra lo miró, sus ojos aún rojos de llorar. —¿Qué pasa, papá?

—No me hagas preguntas —respondió fríamente y salió de su habitación, haciendo que Lyra sintiera escalofríos recorrer su espalda.


Si la palabra «sorpresa» fuera la única para expresar cómo se sintió Lyra inmediatamente al ver la imponente mansión, entonces sería un eufemismo.

Sus ojos se abrieron de par en par cuando el coche se detuvo frente a la Casa del Pack Luna de Sangre. Esta era la casa del Alfa, la misma casa donde vivían Kian, Ace y Jared. Su corazón latía con fuerza en su pecho mientras intentaba entender la situación. ¿Por qué la había traído su padre aquí?

Lyra rezó en silencio en su mente para que la visita no se convirtiera en una pesadilla.

Pero algo en su interior le decía que confiara en su padre al menos esa vez.

Cuando Lyra salió del coche, observó la imponente casa con sus enormes puertas dobles y sus intimidantes paredes de piedra. No pudo evitar sentir una sensación de mal augurio mientras seguía a su padre dentro de la casa.

La casa del pack era aún más imponente por dentro. Las paredes estaban adornadas con pinturas ornamentadas y los suelos eran de mármol de la mejor calidad. El lugar era enorme y parecía que había gente por todas partes. Mientras caminaba por los pasillos, Lyra no pudo evitar sentirse pequeña e insignificante.

Entonces los vio. Kian, Ace y Jared, sus acosadores, de pie al final del pasillo, mirándola con sonrisas burlonas en sus rostros. El corazón de Lyra se hundió al darse cuenta de que su padre la había llevado a su casa.

—Eh... estoy aquí para ver al alfa. Tengo un asunto urgente que discutir con él —dijo el padre de Lyra a los tres hermanos, inclinando un poco la cabeza.

Ver a su padre mostrar tal cortesía a esos tres idiotas, como ella los llamaría, hizo que su corazón se llenara de ira. ¿Eran tan importantes como para que él inclinara la cabeza ante chicos de su edad? Y no solo cualquier chico, esos tres monstruos, como ella los llamaría.

—Cuando nos ves a nosotros, has visto al Alfa —empezó Jared con su voz monótona, lo que provocó risitas de sus hermanos.

—¿Cuándo te convertiste en mi portavoz? —la voz retumbante del Alfa vino desde detrás de los chicos mientras la gigantesca figura de su padre aparecía por la puerta principal.

—Entren —hizo un gesto con la mano.


—He traído a mi hija, Lyra, para que trabaje para ti hasta que mis deudas estén saldadas —fueron las últimas palabras que escuchó de su padre.

¿Acaso la había dejado aquí como garantía de un préstamo?

Lyra quería gritar, salir corriendo de la casa, pero estaba paralizada.

Recordó mirar a su padre, que ya se alejaba, dejándola sola con estas personas desconocidas.

Kian, Ace y Jared se acercaron a ella, y Lyra sintió que su ritmo cardíaco aumentaba. La superaban en altura, y ella se sentía diminuta en comparación. Los miró, sus ojos suplicantes, pero ellos solo sonrieron con burla en respuesta.

—Bueno, bueno, bueno, mira quién está aquí —dijo Kian, sonriendo hacia ella.

Ace se rió. —Vas a ser una excelente sirvienta, Lyra. Y nos aseguraremos de que trabajes duro.

Lyra sintió un nudo formarse en su estómago al darse cuenta de lo que estaba pasando. Iba a ser su sirvienta personal, y no tenía elección en el asunto.

Los tres hermanos se dieron la vuelta y se alejaron, dejando a Lyra de pie en el pasillo, sola e indefensa. Las lágrimas corrían por su rostro al darse cuenta de que su vida estaba a punto de convertirse en un infierno viviente.

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