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XXXII

CXXXII

El jadeo de mi madre resonó en las paredes como si la casa estuviera vacía, no inquietantemente silenciosa. Su rostro, blanco como una sábana, sus ojos húmedos y llenos de compasión mientras me miraba, como si me viera por primera vez. Sus manos temblaban al extenderse hacia mí, eran cálidas...